Imagen: Manoel de Barros
¿no será que el jugar ha sido desde que nacemos
un respiro, un modo del cuerpo, una irrupción del pensamiento?
¿no será que la palabra esperará el momento de decirse
pronta a resbalarse de una boca
tenue en el tono
radical e irreversible?
¿y que jugar otra vez nos vuelva niños
y que nombrar nos lo esté volviendo?
¿y si decir y jugar son de esas cosas eternas
a las que los dioses se entregaron una vez y siempre
y entonces los dioses son unos niños
y nosotros quienes tenemos que devenir infantes?