HYPOMNEMATA

Los hypomnemata eran cuadernos de escritura: en ellos se encontraban citas, fragmentos de escrituras o pensamientos del propio espíritu. Constituían una memoria material de las cosas leídas, oídas, pensadas, y se atesoraban en esas páginas desordenadas, heterogéneas. Se trataba de un ejercicio en el pensamiento que no tenía como fin el decir lo indecible, sino captar lo ya dicho, de reunir lo leído. Eran escrituras sobre lecturas, y el fin de las mismas, la constitución de sí mismo. Era una escritura que posibilitaba la transformación de la verdad que nos damos a nosotros mismos. Una escritura que constituía con las propias palabras y las de otros un "cuerpo", como el propio cuerpo de quien, al transcribir sus lecturas, se las apropia y hace suya su verdad.







martes, 29 de marzo de 2011

Jugar a perderse



 “Importa poco no saber orientarse en una ciudad. Perderse, en cambio, en una ciudad como quien se pierde en un bosque, requiere de aprendizaje. Los rótulos de las calles deben entonces hablar al que va errando como el crujir de las ramas secas, y las callejuelas de los barrios céntricos reflejarle las horas del día tan claramente como las hondonadas del monte. Este arte lo aprendí tarde, cumpliéndose así el sueño del que los laberintos sobre el papel secante de mis cuadernos fueron los primeros rastros”

Walter Benjamin

viernes, 25 de marzo de 2011

Escribir para ser otros



Escribir para ser otros. Para que la gestualidad de la letra dé cuerpo a un abismo en sí mismos. Un abismo que no es fondo, que no es una interioridad a conocer, sino un espacio que fundar. Lo profundo que nos habite será la relación que tenemos con el instante. Una intensidad en la relación de sí consigo. Un aprender a ver las cosas de otro modo, un dejar que las cosas se nos acerquen. Ser parte de la comunidad de los amigos de la distancia, aquellos que aman alejándose, que no aman más que separándose a lo lejos. Que forman parte de esa comunidad imposible, la de los amigos de la soledad. Escribir, entonces, para abismarse.

Escribir para hacer resbalar al papel la palabra que quedó pendida de los labios, que se alarga como lazo, dado que siempre se es el lazo que se teje. Aunque los pensamientos se encuentren a medio vestir o con ropas prestadas. Encontrarlos in fraganti, sorprenderlos. Y dejarlos. Que no es abandonarlos. Es cierto que a veces el verbo parece un impulso que patea al vacío. Pero no hay vacío sino esto que vamos haciendo de nosotros mismos. El alma al borde de los labios, entonces.

Escribir para comprender que no sólo decimos algo por su contenido, sino que éste se asocia caprichosamente a una manera de decir. Saber que estamos hechos de nuestras palabras y que el pensamiento -como la vida- nos atraviesa, que las preguntas nos interpelan a no asumir la triste conformidad de placeres y dolores a medias, la estática comodidad de aceptar sin más lo dado. Y para saber que la palabra que por pereza llamamos propia no es sino azar, tejido, encuentros, “entres”. Siempre de otro o para otro. O con otro. E independizarnos del impulso liberal de hacer de ella también objeto de la propiedad privada. Así, cuestionando el pronombre posesivo, cuestionar también el pronombre personal; “¿pero soy yo quien escribe?”. En la frontera, entonces, entre lo que somos y lo que decimos.

Escribir para escucharnos a nosotros mismos y narrarnos. Y entender que la confianza en las palabras no es confianza porque ellas estén fijas en significaciones, sino que es confianza porque ellas son productoras de diferencia. Escribir sin buscar transparencias, ni razones, sin esperar que el sentido surja de la concatenación lineal y bienpensada de las frases. No querer comprenderlo todo. Escribir para desatar el discurso de una verdad sobre nosotros mismos. Aprender a ser nuestros propios jueces, después de habernos dado la propia ley. Ser extranjero, entonces, en la propia lengua y un creador de verdades para sí mismo.

Escribir para devolverle el cuerpo al pensamiento, en la materialidad de la letra. Pero también devolver el desplazado, olvidado y degradado cuerpo al espíritu. No ser más sombras que buscan un cuerpo, sino un cuerpo/palabra, un cuerpo/otro, un cuerpo/alma. Cuerpos que unen lo eternamente separado, las palabras y las cosas.  Escribir para transitar el peligroso quizá. Comprender que somos seres de paso, en tránsito, que vinimos a ser otros. Entonces, una política de la verdad, una ética de la experiencia y una estética del paseo.

Escribir, entonces, para llegar a ser el que se es.