HYPOMNEMATA

Los hypomnemata eran cuadernos de escritura: en ellos se encontraban citas, fragmentos de escrituras o pensamientos del propio espíritu. Constituían una memoria material de las cosas leídas, oídas, pensadas, y se atesoraban en esas páginas desordenadas, heterogéneas. Se trataba de un ejercicio en el pensamiento que no tenía como fin el decir lo indecible, sino captar lo ya dicho, de reunir lo leído. Eran escrituras sobre lecturas, y el fin de las mismas, la constitución de sí mismo. Era una escritura que posibilitaba la transformación de la verdad que nos damos a nosotros mismos. Una escritura que constituía con las propias palabras y las de otros un "cuerpo", como el propio cuerpo de quien, al transcribir sus lecturas, se las apropia y hace suya su verdad.







lunes, 28 de diciembre de 2009

Retornar



« El peso más pesado: ¿Qué ocurriría si, un día o una noche un demonio se deslizara furtivamente en la más solitaria de tus soledades y te dijese: “Esta vida, como tú ahora la vives y la has vivido, deberás vivirla aún otra vez e innumerables veces, y no habrá en ella nunca nada nuevo, sino que cada dolor y cada placer, y cada pensamiento y cada suspiro, y cada cosa indeciblemente pequeña y grande de tu vida deberá retornar a ti, y todas en la misma secuencia y sucesión -y así también esta araña y esta luz de luna entre las ramas y así también este instante y yo mismo. ¡El eterno reloj de arena de la existencia es dado la vuelta una y otra vez -¡y a la par suya tú, polvito del polvo!-“ ¿No te arrojarías al suelo, rechinando los dientes y maldiciendo al demonio que así te habló? ¿O quizás has vivido una vez un instante infinito, en que tu respuesta habría sido la siguiente: “¡Tu eres un dios y jamás oí nada más divino! Si esa noción llegara a dominarte, te transformaría y tal vez te aplastaría tal y como eres ¡la pregunta ante todas las cosas: “¿Quieres esto otra vez e innumerables veces más?” pesaría como el peso más pesado sobre todos tus actos! O ¿Cómo necesitarías amarte a ti mismo y a la vida para no desear ya otra cosa que esta última, eterna confirmación, este sello?»

F. Nietzsche. La Gaya Ciencia.

miércoles, 16 de diciembre de 2009

Entre filosofía y psicoanálisis

A continuación, un texto de Marcelo Percia. Para disfrutarlo quienes se abismaron en el pensamiento nietzscheano.


Un analizante que dice leer en Nietzsche

(En: Actas de las Jornadas Nietzsche “Nietzsche, entrecruzamientos culturales” Buenos Aires, 1998)


Me interesa en su escritura la desgarradura. La convicción de que cualquier certeza puede volverlo loco. Trabaja en su pensamiento para librarse de un sí mismo que habla el lenguaje de la culpa, el pesimismo, la opresión moral, el repudio del cuerpo. Me hago la pregunta que Nietzsche se formula sobre Shakespeare: ¿cuánto tiene que haber sufrido para poder escribir así?

Me cuenta un analizante que no puede abismarse en lo que se escucha decir. Aunque, a veces, una extraña lucidez lo golpea en la cabeza, en el estómago, en los ojos, y siente crecer orejas en sus palabras.

Tal vez lo profundo no sea algo que se extiende hacia abajo, una hondura del alma, un fondo, una cavidad interior en la que hacen pie nuestras sombras. Quizá lo profundo sea un instante. La ilusión de ese instante. Un estado de intensidad en el que se hace escuchar algo que en seguida se rompe. Nietzsche se jacta de tener antenas para palpar lo invisible y aletas de pez para andar ligero sobre la superficie de las cosas.

Me cuenta un analizante que, de pronto, advierte una inesperada rugosidad en una palabra. Es una sensación en la boca y en el aire. O que siente que la lengua se le parte y que por la hendidura sale un pensamiento, a medio vestir, que le habla dividido. Me dice que siente que Nietzsche trata de hablar, hablar, hablar, hasta vaciarse de pensamientos. Un punto impreciso en el que las imágenes arden y las palabras hacen silencio.

No piensa que el análisis sea cosa exclusiva de consultorios. Me dice que, por momentos, Nietzsche parece un analizante. Me explica que no espera sólo curarse con palabras. No cree que hablar y ser escuchado siempre consuele, calme u ofrezca mejoría. A veces el verbo parece un impulso que patalea en el vacío. Dice que al hablar se libra de sí mismo y se encuentra. Escucha algo que quiere y que no quiere, que sabe y que no sabe, que entiende y que no entiende. Me dice que en ese arco vacilante, sin embargo, se decide y se afirma. No sabe explicar por qué.

Nietzsche hace de su dolor una aventura personal. En el prefacio de La gaya ciencia declara la gratitud de un convaleciente que encuentra, por fin, su curación. Una curación hecha de ideas que no rechazan el dolor. Me cuenta un analizante que se siente peleado con la expresión. No sabe cómo decir lo que le pasa. Incluso, mientras lo está diciendo, estima que no sabe cómo hacerlo o que no termina de lograrlo. Habla como si aguardara una palabra plena. Como si deseara una desnudez completa. A veces, cree satisfacerse con una forma, con una anécdota, con la ilusión de un entendimiento. Otras, quiere romper algo, saltar una ciénaga, arrancarse la piel.

Dice que Nietzsche se salva a sí mismo. Como en la escena del barón de Münchausen, cuando está a punto de hundirse en un pantano, se rescata tirándose de los pelos con su propia mano. Aunque, Nietzsche, no olvida que esa mano que (por pereza) llamamos propia responde, también, a los otros y al azar, a la sociedad y al universo. (1)

Dice leer en Nietzsche la canción más solitaria que se ha escrito. Imagina una habitación bajo la que se extiende una hermosa vista de Roma. Es la primavera de 1883. Frente a la piazza Barberini. Me pide que escuche murmurar ese canto: “Es de noche; a esta hora cantan su canción todas la fuentes. También mi alma es una fuente que canta. Es de noche: es la hora en que se elevan todas las canciones de amor. Y mi alma es también una canción de amor. Hay en mi alma algo insatisfecho, algo que no se satisfará nunca; y esto es lo que canta. Hay en mí un anhelo de amor, que habla el lenguaje del amor.” (2)

Me cuenta un analizante que probó leer ese fragmento antes de dormirse con la esperanza de curarse del vacío y prevenir el insomnio. Le parece que Nietzsche sabe que no conviene sumar rencor a la soledad. Me dice que su alma, sola, se lamenta y maltrata. No soporta entrar en la noche sin el amor de una mujer. Me pregunta si es posible curarse de la falta de ese amor.

Dice leer en Nietzsche que la enfermedad es destierro y es desierto. Un lugar en el que no brota nada. Prematuro secado del alma. Caída en un vacío, en un agotamiento, en una incredulidad. Tiranía del dolor y suplicio del orgullo que rechaza las consecuencias de ese dolor. Dice leer en Nietzsche (bajo la pregunta ¿Dónde están los médicos del alma?) (3) que la peor enfermedad de las personas proviene de los modos de luchar contra la enfermedad. Entiende que las culpas y autorreproches del enfermo añaden otro dolor, quizá más cruel, al dolor. Propone tranquilizar la imaginación del enfermo, para que, al menos, no sufra de pensamientos sobrantes. Le parece recordar que exclama: ¡cuántas crueldades innecesarias, cuántos martirios producen las religiones que inventaron el pecado!

Me cuenta un analizante que no quiere regodearse en la aflicción. Teme relamerse en la desdicha. Siente, en ocasiones, que otra alma se frota las manos en su pesar o que un doble contento habita en su desgracia. Incluso se da cuenta que los mismos pensamientos que se levantan contra la injusticia de su vida lastimada, al cabo, también, se inclinan complacientes.

Con Nietzsche la angustia se pone a filosofar. No repara en separaciones. No hace caso de fronteras o divisiones entre cuerpo y alma, o entre alma, cuerpo y pensamiento. Dice leer en Nietzsche que no somos ranas pensantes. (4) Aparatos objetivos o máquinas registradoras con las entrañas congeladas. Dice que parimos ideas con dolor. Que los pensamientos se hacen de nosotros mismos: con nuestra sangre, nuestro corazón, nuestro fuego, nuestra alegría, nuestra pasión, nuestro tormento, nuestra conciencia, nuestra fatalidad. Que la vida consiste en transformar todo lo que somos y todo lo que nos toca en claridad y en llama. Que un gran dolor, lento y perezoso, en el que nos consumimos como leños verdes, nos obliga a descender hasta nuestras últimas profundidades. A desprendernos de la ilusión de un bienestar puro. Incluso cree recordar que Nietzsche dice: “Dudo mucho de que semejante dolor nos haga mejores, pero sé que nos hace más profundos”.

Dice leer en Nietzsche que el dolor despierta a la bestia glotona. Que la felicidad es una espera que viaja sin olvidar que más allá del horizonte está la muerte. (5)

Me cuenta un analizante que la angustia hace del dolor una residencia indiscriminada e infinita. Confiesa que, a veces, se siente harto. Cansado de oír, una y mil veces, lo mismo. Relata un sueño en el que Nietzsche vocifera que es amarga la obstinación que no logra desprenderse de lo que no quiere escuchar.

Dice encontrar en Nietzsche un mensaje en el uso de la palabra quizá. Me hace escuchar un fragmento tal como lo recuerda en ese momento: “Dispuesta está la barca. Quizá, navegando hacia la otra orilla, se vaya hacia la gran nada. Pero, ¿quién quiere aventurarse en ese quizá? ¡Nadie quiere subirse en la barca de la muerte!”(6). Me dice que, en la vida, aventurarse al quizá, tal vez, es desafiar el propio miedo, el propio cansancio. Y menciona otro lugar (7) en el que dice leer que conviene dudar de todas las cosas. Que lo bueno y lo malo nos habita entreverado en un mundo en el que vacilan las identidades. Y, que por eso, no se puede hacer otra cosa que transitar por el peligroso quizá.

Me cuenta un analizante que no sabe cuándo comenzó con el adverbio de la duda. Al principio lo hizo por pudor o vergüenza. Una manera de afirmar algo simulando la posibilidad de otras razones. Una fórmula de cortesía para no desestimar de entrada la opinión ajena. Con el tiempo, el quizá, se trasformó en un vicio del habla. Una muletilla. Me aclara (por si pensara en decírselo) que reconoce que, en él, ese automatismo dudoso es un disfraz. Un modo de evitar el peligro. Un gesto para protegerse del desamparo.

Un analizante me cuenta que vive convaleciente. Relata, justamente, un episodio el que Zaratustra salta de su lecho como loco. Grita, se grita. Hace gestos como si en su cama, todavía, su cuerpo se negara a levantarse o no tuviera fuerzas. Se demanda, espera, no sabe cómo escuchar un pensamiento abismal que surge de las profundidades de su ser.

Me dice que sus taras neuróticas (esos nudos en los que trama sus dominios la angustia) son, también, preguntas para su vida. Incluso sabe que sus síntomas engordan con la creencia de que, gracias a ellos, se protege de algo peor. Dice que le cuesta creer que esas extrañezas, que tanto lo hacen sufrir, le pertenezcan.

Recuerda que Zaratustra se dice en “El convaleciente”, como si hablara con otro dormido, que es el momento de despertar. Destaparse los oídos y desatar su posibilidad de entendimiento. Necesita oírse. Siente que un abismo habla en él. Está dispuesto a girar con todas sus sombras hasta dar con ese murmullo oscuro en el que arden las palabras deseosas de ser escuchadas.

Cuenta un analizante que Lautréamont camina sobre las aguas. Me lee un canto que imagina hubiera gustado a Nietzsche: “Viejo océano, los hombres, pese a la excelencia de sus métodos, todavía no han logrado, con ayuda de los procedimientos de investigación de la ciencia, medir la profundidad vertiginosa de tus abismos, algunos de los cuales hasta las sondas más largas y pesadas han reconocido inaccesibles. A los peces... les está permitido; no ha los hombres. Muchas veces me he preguntado si será más fácil de reconocer la profundidad del océano que la profundidad del corazón humano”.

Me dice un analizante que, tal vez, abismarse sea confiarse al hablar de las palabras. Que las palabras hablan diferentes en distintas lenguas y en distintos oídos. Piensa al psicoanálisis como un ensayismo de un hablante que tienta diferencias. Un hablante que vive en la tentación de sentirse otro y, a la vez, intenta hospedarse siendo extranjero (8). Me aclara lo que sigue: “A veces, cuando me escucho contar mis historias de dolor, la corriente del habla me arrastra hasta arrojarme en otra orilla. En el trayecto, no sé bien por qué, algo se suelta. Entonces siento que una intensidad flotante prueba hablar entre las cosas.”

Dice encontrar en Nietzsche un elogio de las palabras pronunciadas para otro. Cree entender que cuando el hablar hace escuchar su potencia, el desierto del mundo se extiende como un jardín. (9)

Me cuenta un analizante que, a pesar de todo, tiene la ilusión de que se puede curar, salvar de lo ingobernable, de lo incontrolable, de su fogosa fragilidad de domador de fieras. Conjetura que los accidentes sexuales que sufre desde la adolescencia son anuncios prematuros de la presencia de la muerte en su vida. Dice: “muerte de una posibilidad, torcedura de un deseo, incendio en la sala de proyecciones”. Piensa que la muerte habla el lenguaje de las imperfecciones. Sugiero que la angustia es una sombra que busca un cuerpo. Me pregunta de dónde le viene su sombra de angustia. (Me digo, ahora mientras escribo, que no sé de dónde vienen esas sombras). Concluye que su cuerpo nace a la vida besado por una angustia y que, a veces, esa sombra anda con los dientes afilados.

Encuentra este fragmento en Nietzsche “Qué agradable es que existan palabras y sonidos: ¿palabras y sonidos no son acaso arcos iris y puentes ilusorios tendidos entre lo eternamente separado?” . Me dice que gusta imaginar esos puentes tendidos entre distancias que no se acortan, entre orillas que no se tocan, entre vecindades que nunca se alcanzan.

Me cuenta un analizante que cuando se escucha hablar tiene la sensación de un relato agujereado. Siente su historia comida por las polillas. Tirado sobre el diván pone en marcha un reflejo de hilador: une hilachas o las estira, hasta que las palabras tropiezan o se enredan. Piensa que cuando pierde el hilo, tal vez, comienza la sesión.

Me pregunta: “¿Sabe cuál es la diferencia entre verdad y mentira?” Responde: “la mentira es una verdad a la que se le nota el velo”.

Dice leer en Nietzsche una advertencia sobre lo que parece próximo. “A cada alma le pertenece un mundo distinto; para cada alma es toda otra alma un trasmundo. Entre las cosas más semejantes es precisamente donde la ilusión miente del modo más hermoso; pues el abismo más pequeño es más difícil de salvar”. (11)

Me cuenta un analizante que le duelen las mordeduras familiares. Sufre cuando la comunicación estalla en su casa, y todos (incluso él mismo) parecen bestias desconocidas. Se pregunta por qué el entendimiento siempre anda en la cornisa. Recuerda una imagen de Magritte, cree que el cuadro se llama Los amantes. Una pareja trata de besarse con sus cabezas envueltas en dos gruesas telas blancas. Es imposible que esos labios se toquen y, sin embargo, se besan.

Dice encontrar en Nietzsche un modo de hablar que puede curarnos del mundo. “¿No se les han regalado acaso a las cosas nombres y sonidos para que el hombre se reconforte en las cosas? Una hermosa locura, eso es hablar. Por ella bailamos por encima de todas las cosas”. (12)

Me cuenta un analizante que cuando no toma en serio sus palabras, ni persigue la última razón, ni busca trasparencias en su desgracia, o cuando se abandona a lo que está por venir sin la impaciencia por decirlo todo; entonces comienza a hablar un idioma extranjero que escucha sin entender. Un hablar desprendido de la comprensión y de la experiencia. Un hablar incompleto, incluso incoherente y desarticulado. Un hablar errático que traza su recorrido (como un segmento que ni siquiera es un segmento) en el infinito hablante que es su pequeño mundo.

Dice leer en Nietzsche (13) que trata de comunicar estados y tensiones, por medio de signos y de ritmos de esos signos. Dice que encuentra multiplicidad de estados en él, pero aclara que no cree en la comunicación en sí. La expresión no se realiza si otros oídos faltan a la cita.

Me cuenta un analizante que a veces se escucha hablar con una insistencia monótona y boba. Como el tráfico de una avenida que reitera los mismos embotellamientos. Dice que no cree en la palabra sola, ni en la autonomía del hablar. Me explica que su análisis comienza como un relato para otro, aunque después, mucho después, termina por aceptar que ese otro que nunca se alcanza vive en él mismo. (14)

Dice leer en Nietzsche que si fuera supersticioso diría que en estado de inspiración es encarnación, instrumento sonoro o médium de fuerzas poderosas. Apela a la idea de revelación para explicar que, de repente, algo, con indecible seguridad y precisión, se hace ver y oír. Dice que ese arrebato lo conmueve y lo trastorna. Escucha llegar lo que no busca, recibe lo que no sabe quién da. Un pensamiento, que se piensa en él, resplandece ajeno como un rayo que no vacila. A veces, en esa tremenda tensión, se desata un torrente de lágrimas y llora como si muchos, otros, lloraran en él. Tiene la conciencia de infinitos estremecimientos que le llegan hasta los dedos de los pies. Se siente rociado por un abismo de felicidad no exento de dolor y de sombras. Dice que ese estar–fuera–de–sí acontece de manera involuntaria. Como si se desatara una tormenta de sentimientos en la que los cuerpos y las almas se mezclan.

Me dice que cualquier psicoanalista estaría encantado con ese texto. Quizá por el orgullo de encontrar la idea de inconsciente haciéndose anunciar. A su criterio Nietzsche sabe caminar con los pies bien apoyados sobre un piso que no es firme. Incluso su estado de inspiración sabe convivir con la soledad, el vacío, la angustia.

Me cuenta un analizante que la locura impulsiva le viene cuando algo hace tambalear el orden con que cree sostener su vida. Un cambio imprevisto, un agujero en el día, un desarreglo, una distracción que lo golpea, un recuerdo, una añoranza. Como si, en su abarrotada ciudad, ocurriera un apagón y sus habitantes se lanzaran, como criaturas desesperadas, unos sobre otros. O como si otro corazón, junto a su corazón, latiera acelerado y fuera de control. Me dice que su locura impulsiva arrastra excitación, y que la excitación funde su fuerza en el impulso, y que, entonces, el impulso renovado arrastra más excitación, y que así (más o menos, según cree) crece en él un muñeco ingobernado. Me explica que en pleno ataque impulsivo llegan sus ingenieros con volquetes llenos. Se proponen, si los cálculos no fallan, tapar el boquete e incluso sostener un edificio sobre ese vacío. Pero los cálculos fallan y después de la locura consumada, reaparece la sombra de la angustia. Y la conciencia, otra vez, no sabe qué hacer con ese abismo.

Me cuenta un analizante que el psicoanálisis tampoco sabe. Dice que imagina el diálogo psicoanalítico como uno que no entiende y quiere entender; que no sabe y quiere saber, que no puede y quiere poder; y otro que no entiende, que no sabe, no puede y, sin embargo, no desespera.

Me entrega, antes de partir, un glosario (de sólo tres palabras) que dice leer en Nietzsche. Singularidad: huella evanescente en el alma. Alma: invención para imaginar la superficie ofrecida a una huella evanescente. Superficie: licencia literaria para soportar la instantánea marca de lo inefable.


(1) Me dice que Nietzsche alude a este mismo cuento para discutir con los que sostienen que todo depende de la propia voluntad. Pero que, en seguida, previene de lo contrario: el fatalismo de la determinación, el lamento de las voluntades débiles. Más allá del bien y del mal, 21.
(2)Me aclara que prefiere leer este texto de La canción de la noche en la versión de Eduardo Ovejero y Maury. Así habló Zaratustra. Aguilar, 1974. Buenos Aires.
(3) Aurora 52, 53, 54.
(4)La gaya ciencia, prefacio mencionado.
(5)Me propone que busque en la traducción de Ecce homo de Andrés Sánchez Pascual esta cita: “La enfermedad me proporcionó asimismo un derecho a dar toda la vuelta a mis hábitos: me permitió olvidar, me ordenó olvidar; me hizo el regalo de obligarme a la quietud, al ocio, a esperar, a ser paciente...”.
(6)Me aclara que volverá a leer el punto 17 De las tablas viejas y nuevas, en Así habló Zaratustra para revisar si omite algo en la cita.
(7)Más allá del bien y del mal, 2.
(8)Para que entienda lo que dice encontrar en Nietzsche me acerca esta cita: “Un nuevo género de filósofos está apareciendo en el horizonte: yo me atrevo a bautizarlos con un nombre no exento de peligros. Tal como yo los adivino, tal como ellos se dejan adivinar –pues forma parte de su naturaleza el querer seguir siendo enigmas en un punto–, esos filósofos del futuro podrían ser llamados, acaso también sin razón, tentadores. Este nombre mismo es, en última instancia, sólo una tentativa y, si se quiere, una tentación”. Más allá del bien y del mal, 42. Traducción de Andrés Sánchez Pascual. Alianza Editorial. Madrid, 1997.
(9) “El convaleciente”, en Así habló Zaratustra.
(10)“El convaleciente”, en Así habló Zaratustra. Traducción de Andrés Sánchez Pascual. Alianza Editorial, Madrid, 1997.
(11) “El convaleciente”, en Así habló Zaratustra, trad. cit.
(12)Me advierte que se permite un cambio, en esta cita, también de “El convaleciente”, respecto a la versión de Andrés Sánchez Pascual.
(13) En Ecce homo.
(14) Antes de retirarse lee un fragmento que está en “Del espíritu de la pesadez”, de la versión mencionada de Así habló Zaratustra. Dice: “El hombre es difícil de descubrir, y descubrirse uno a sí mismo es lo más difícil de todo; a menudo el espíritu miente a propósito del alma”.

sábado, 12 de diciembre de 2009

un otro árbol...

...de novedad

jueves, 19 de noviembre de 2009

Decir y jugar


Imagen: Manoel de Barros

¿no será que el jugar ha sido desde que nacemos
un respiro, un modo del cuerpo, una irrupción del pensamiento?
¿no será que la palabra esperará el momento de decirse
pronta a resbalarse de una boca
tenue en el tono
radical e irreversible?
¿y que jugar otra vez nos vuelva niños
y que nombrar nos lo esté volviendo?
¿y si decir y jugar son de esas cosas eternas
a las que los dioses se entregaron una vez y siempre
y entonces los dioses son unos niños
y nosotros quienes tenemos que devenir infantes?

miércoles, 18 de noviembre de 2009

Es preciso tener todavía caos dentro de sí para poder dar a luz una estrella danzarina.

F. Nietzsche.

martes, 25 de agosto de 2009

Experiencias de lectura 2


Porque un libro puede ser leído, en principio, de dos maneras: como verdad o como experiencia. Cuando leemos como verdad, pasivamente aceptamos sus afirmaciones como dogmas, quedamos colocados en una situación jerárquica donde “el saber” nos es extraño, y a la deriva de las “buenas” explicaciones o descripciones del autor, para que podamos comprender aquella verdad. En cambio, si leemos un libro como experiencia, cuestionamos y modificamos la relación que establecemos con la verdad. Nos entregamos al vaivén de la lectura, entramos en diálogo y construimos, entre nosotros y el libro, un nuevo lenguaje, que nos dice o nos nombra.
La experiencia de la lectura es, a la vez, una experiencia de pensamiento. Una experiencia de la cual se salga otro, transformado, ya no el mismo, sino diferente.
Una experiencia en donde no importa tanto el contenido de aquello que se lee, sino la relación que establecemos con aquello que dice, lo que nos provoca a pensar lo impensado, a arriesgar un pensamiento imprevisto, aquello que interpela a pensar nuevamente lo que hasta un momento se tiene por cierto.

martes, 18 de agosto de 2009

experiencias de lectura

(Sandro del Prete)

¿Qué es leer sino ese espacio entre lo uno y lo otro, esa bisagra que nos une y nos separa, esa nueva forma que somos juntos? ¿Qué es la lectura, sino perderse en lo Otro, en el Otro, y quedar ya, nuestro sí mismo, atravesado por nuestra diferencia? Desde este lugar es que decimos que siempre leemos lo im-posible, lo que no somos, lo que no esperamos, lo que no escribimos.

jueves, 16 de julio de 2009



¿Y si las historias para niños fueran
de lectura obligatoria para los adultos?
¿Seríamos realmente capaces de aprender lo que,
desde hace tanto tiempo, venimos enseñando?


(José Saramago)

miércoles, 8 de julio de 2009




"el loco es la verdad irresponsable"
(Foucault)
...
...
...
...
...

jueves, 2 de julio de 2009



francesco tonucci

sábado, 20 de junio de 2009


"Como cada uno de nosotros era varios, en total ya éramos muchos. Aquí hemos utilizado todo lo que nos unía, desde lo más próximo a lo más lejano. Hemos distribuido hábiles seudónimos para que nadie sea reconocible. ¿Por qué hemos conservado nuestros nombres? Por rutina, únicamente por rutina. Para hacernos nosotros también irreconocibles. Para hacer imperceptible, no a nosotros, sino todo lo que nos hace actuar, experimentar, pensar. (...) No llegar al punto de ya no decir yo, sino a ese punto en el que ya no tiene ninguna importancia decirlo o no decirlo. Ya no somos nosotros mismos. Cada uno reconocerá los suyos. Nos han ayudado, aspirado, multiplicado."





(Deleuze/Guattari, Mil Mesetas) o también Vignale/Alvarado....

martes, 12 de mayo de 2009

En los límites del mar








"Jugaban cerca del mar, vino la ola y se llevó sus juguetes hasta el fondo. Helos aquí que se echan a llorar. Pero la misma ola debe traerles nuevos juguetes y esparcirá ante ellos nuevas conchas multicolores".


F. Nietzsche

sábado, 25 de abril de 2009

de lenguaje y de juego


(Balthus)



Leer lo que nunca ha sido escrito

lo que está por decirse

en el intersticio de lo que se sabe y lo que no

entre un sí mismo y un otro



Escribir como leer

por vez primera

percibir, inesperadamente, una palabra a ser escrita

en la expectativa

un cierto esperar que no sabe lo que espera



Una experiencia del Otro como lenguaje o como juego

tareas confinadas a los niños

- esos otros que no hablan nuestra lengua- .




miércoles, 22 de abril de 2009

libertad

"Yo, por ejemplo, no estoy seguro de querer ser libre, es decir, desapegado. También tengo ganas de estar ligado, de ser requerido, y no sólo libre. Evidentemente, el vínculo, el verdadero vínculo, se toma libremente. Cuando pienso en la palabra libertad y me interrogo por su genealogía, de dónde viene, tengo la impresión de que la libertad es política, es democracia libre. Pero a la vez quiero ser libre con una libertad que no sea sólo como ciudadano. Quiero ser libre al relacionarme, sin pasar por la libertad política; tener un pensamiento de libertad que no requiera hablar de libertad. Libertad en un poema, en un espacio literario, en una mirada, en la percepción. Libertad de vivir, percibir, disfrutar, antes de que esa libertad se transforme en un asunto político, de derecho. Es la posibilidad para el ciudadano que vive en un espacio de libertad cívica: poder reservar un espacio que no esté saturado por lo político".




Jean-François Lyotard, Lo Inhumano.

martes, 7 de abril de 2009

"A vosotros, los audaces buscadores e indagadores, y a quienquiera que alguna vez se haya lanzado con astutas velas a mares terribles;
- a vosotros los ebrios de enigmas, que gozáis con la luz del crepúsculo, cuyas almas son atraídas con flautas a todos los abismos laberínticos;
-pues no queréis, con mano cobarde, seguir a tientas un hilo y que, allí donde podéis adivinar, odiáis el deducir..."

Así habló Zaratustra.

(F. Nietzsche)

martes, 31 de marzo de 2009

todavía un niño


desde la piel-experiencia
todavía somos niños
no en el fondo de la memoria
ese hueco cavado al que nos reducimos

en el cuerpo llevamos un niño
en la boca
donde las palabras prontas a nombrar
buscan el territorio de lo imposible
decir lo que no ha sido dicho
también callar
lo que tiene al silencio como destino
foto: g. colbert

sábado, 7 de marzo de 2009

Ampliaciones

(En Walter Benjamin, Dirección única, Madrid, Alfaguara, 1987)

Lo que sigue solamente puede ser dado a leer. A quienes puedan recordar esa perspectiva infantil, a quienes todavía la conserven.



NIÑO LEYENDO



En la biblioteca escolar te dan un libro. El reparto se efectúa en los cursos elementales. Sólo de vez en cuando te atreves a formular un deseo. A menudo ves con envidia cómo los libros ardientemente deseados van a parar a otras manos. Por fin te traían e tuyo. Durante una semana quedabas totalmente a merced de los vaivenes del texto que, suave y misterioso, denso e incesante, te iba envolviendo como un torbellino de nieve. En él entrabas con una confianza ilimitada. ¡Silencio del libro, cuyo poder de seducción era infinito! Su contenido no era tan importante. Pues la lectura coincidía aún con la época en que tú mismo inventabas en la cama tus propias historias. El niño intenta seguir sus trazas ya medio borradas. Se tapa los oídos al leer, su libro descansa sobre la mesa, demasiado alta, y una de las manos está siempre encima de la página. Para él, las aventuras del héroe se han de leer todavía entre el torbellino de las letras, como figura y mensaje entre la agitación de los copos. Respira el mismo aire de los acontecimientos, y todos los personajes le empañan con su aliento. Entre ellos se pierde con mucha más facilidad que un adulto. Las aventuras y las palabras intercambiadas le afectan a un grado indecible, y, al levantarse, está enteramente cubierto por la nieve de la lectura.



NIÑO QUE LLEGA TARDE



El reloj del patio del colegio parece estropeado por su culpa. Daba “las demasiado tarde”. Y por las puertas de las aulas ante las que él se desliza sigilosamente, llega, hasta el pasillo, un murmullo de secretos conciliábulos. Allí detrás, maestros y alumnos son amigos. O bien todo guarda silencio, como en espera de alguien. Imperceptiblemente pone su mano en el pomo. El sol inunda el lugar donde él está. Y él profana el joven día y abre. Oye matraquear la voz del maestro como la rueda de un molino; se halla ante la piedra de moler. El matraqueo de la voz mantiene un ritmo, pero los mozos molineros lanzan ya toda su carga sobre el recién llegado; diez, veinte pesados sacos vuelan hacia él, y tiene que cargarlos hasta el banco. Cada hilo de su abriguito está cubierto de polvo blanco. Como un alma en pena a media noche avanza haciendo ruido a cada paso, pero nadie le ve. Una vez en su sitio, se pone a trabajar en silencio, junto con los demás, hasta que toca la campana. Mas no encuentra dicha alguna.






NIÑO GOLOSO


Por la rendija de la despensa, apenas entreabierta, penetra su mano como un amante en la noche. Una vez hecha a la oscuridad, busca a tientas azúcar o almendras, pasas o confituras. Y así como el amante abraza a su amada antes de besarla, también el tacto tiene aquí una cita con estas golosinas antes de que la boca saboree su dulzor. ¡Con qué zalamería se entregan la miel, los montoncillos de pasas e incluso el arroz a la mano! ¡Qué encuentro tan apasionado en de estos dos, libres al fin de la cuchara! Agradecida y fogosa, como si la hubieran raptado de la casa paterna, la mermelada de fresas se rinde sin panecillo, dejándose saborear a la intemperie, como quien dice, y hasta la mantequilla responde con ternura a las audacias de ese pretendiente que ha interrumpido en la alcoba a la doncella. La mano, joven Don Juan, no tarda en penetrar en todas las celdas y los aposentos, dejando tras de sí un reguero de frascos y montoncillos derramados: virginidad que se renueva sin quejarse.

NIÑO MONTADO EN EL TIOVIVO



La plataforma con los solícitos animales gira casi a ras del suelo. Tiene la altura ideal para soñar que se está volando. Ataca la música, y el niño se aleja, dando tumbos, de su madre. Al principio tiene miedo de abandonarla. Pero luego advierte lo fiel que es a sí mismo. Cual fiel soberano, gobierna desde su trono un mundo que le pertenece. En la tangente, árboles e indígenas hacen calle. De pronto, en algún oriente, reaparece la madre. De la selva virgen surge luego la copa de un árbol tal como el niño la vio hace ya milenios, tal como acaba de verla ahora en el tiovivo. Su animal le tiene afecto: cual mudo Arión va el niño montado en su pez mudo, un toro-Zeus de madera lo rapta como a una Europa inmaculada. Hace ya tiempo que el eterno retorno de todas las cosas se ha vuelto sabiduría infantil, y la vida, una antiquísima embriaguez de dominio con el estruendoso organillo en el centro, cual tesoro de la corona. Al tocar éste lentamente, el espacio empieza a tartamudear y lo árboles, a volver en sí. El tiovivo se convierte en terreno inseguro. Y aparece la madre, ese poste tantas veces abordado, en torno al cual el niño, al tocar tierra, enrolla la amarra de sus miradas.



NIÑO DESORDENADO


Cada piedra que encuentra, cada flor arrancada y cada mariposa capturada son ya, para él, el inicio de una colección, y todo cuanto posee constituye una colección sola y única. En él revela esta pasión su verdadero rostro, esa severa mirada india que sigue ardiendo en los anticuarios, investigadores y bibliófilos, sólo que con un brillo turbio y maniático. No bien ha entrado en la vida, es ya un cazador. Da caza a los espíritus cuyo rastro husmea en las cosas; entre espíritus y cosas se le van los años en los que su campo visual queda libre de seres humanos. Le ocurre como en los sueños: no conoce nada duradero, todo le sucede, según él, le sobreviene, le sorprende. Sus años de nomadismo son horas en la selva del sueño. De allí arrastra la presa hasta su casa para limpiarla, conservarla, desencantarla. Sus cajones deberán ser arsenal y zoológico, museo del crimen y cripta. “Poner orden” significaría destruir un edificio lleno de espinosas castañas que son manguales, de papeles de estaño que son tesoros de plata, de cubos de madera que son ataúdes, de catáceas que son árboles totémicos y céntimos de cobre que son escudos. Ya hace tiempo que el niño ayuda a ordenar el armario de ropa blanca de la madre y la biblioteca del padre, pero en su propio coto de caza sigue siendo aún el huésped inestable y belicoso.

NIÑO ESCONDIDO



Ya conoce todos los escondrijos del piso y vuelve a ellos como a una casa donde se está seguro de encontrarlo todo como antes. Siente el palpitar de su corazón. Contiene la respiración. Aquí está encerrado en el mundo de la materia, que le resulta prodigiosamente claro y se le acerca sin palabras. Del mismo modo, sólo entiende lo que son cuerda y madera aquél a quien van a ahorcar. El niño, de pie tras la antepuerta, se vuelve él mismo algo flotante, un fantasma. La mesa del comedor bajo la cual se ha acurrucado lo transforma en el ídolo de madera del templo cuyas columnas son las cuatro patas talladas. Y detrás de la puerta será él mismo puerta, se la pondrá como una máscara pesada y, cual sacerdote-brujo, hechizará a todos lo que entren desprevenidos. No deberán encontrarlo en ningún caso. Cuando hace muecas le dicen que bastaría con que le reloj diera a hora para que él se quedara así. Lo que hay de cierto en ello lo sabe él en su escondite. Quien lo descubra, podrá dejarlo convertido en ídolo bajo la mesa, entretejerlo como fantasma en la cortina, para siempre, o encerrarlo de por vida en la pesada puerta. Por eso, cuando alguien que lo anda buscando le echa mano, él deja escapar, dando un fuerte alarido, al demonio que lo había transformado en todo aquello para que no lo encontrasen; por eso ni siquiera aguarda aquel momento, sino que se adelanta a él con un chillido de autoliberación. Por eso no se cansa de luchar con el demonio. El piso es, a todo esto, el arsenal de máscaras. Pero una vez al año hay regalos ocultos en lugares misteriosos, en las vacías cuencas de sus ojos, en su boca petrificada. La experiencia mágica se vuelve ciencia. Y, como su ingeniero, el niño deshace el encanto de la lóbrega casa paterna y busca los huevos de Pascua.





martes, 24 de febrero de 2009

Klimt, Dánae

Algún día encontraré una palabra
que penetre en tu vientre y lo fecunde,
que se pare en tu seno
como una mano abierta y cerrada al mismo tiempo.

Hallaré una palabra
que detenga tu cuerpo y lo dé vuelta,
que contenga tu cuerpo
y abra tus ojos como un dios sin nubes
y te use tu saliva y te doble las piernas.
Tú tal vez no la escuches
o tal vez no la comprendas.
No será necesario.
Irá por tu interiorcomo una rueda
recorriéndote al fin de punta a punta,
mujer mía y no mía,
y no detendrá ni cuando mueras. ROBERTO JUARROZ, Segunda Poesía Vertical (1963)

lunes, 16 de febrero de 2009

testimonio



Testimoniar la experiencia
donar con palabras la intensidad e insistencia
de quien está y se sabe
de paso.

jueves, 12 de febrero de 2009


Compartimos algo más que la filosofía.

lunes, 9 de febrero de 2009

Los poetas



Platón necesitó en su República expulsar a los poetas… éstos ponen en riesgo no sólo el logos, sino el orden de la República… los poetas, los que se mueven por sí mismos, los que no han atado sus palabras al diccionario, a las definiciones, al cementerio de las palabras… “Las empresas me piden formación en mano de obra para la construcción” decía la Ministra de Educación cuando se transformaba la curricula, cuando “Formación Ética y Ciudadana” se transformaba en una “Historia y Formación Ética y Ciudadana”, a partir de lo cual terminamos escuchando al historiador decir que él sólo estaba formado para “dar” historia y no ética… No necesitamos poetas, necesitamos mano de obra barata, quienes puedan vender su fuerza de trabajo, obedientes, domesticados, puedan seguir reproduciendo las leyes del capitalismo. No necesitamos pensamiento crítico, pone en riesgo nuestro logos, nuestro orden… El biopoder está entre nosotros. Para una política de masas, para una política que quiere hacer vivir y dejar morir a costa de alimentar las enormes máquinas capitalistas, necesitamos que vivan más, necesitamos una medicina que los haga vivir, ser fuertes, que no nos abandonen el trabajo a mitad de camino, eso nos sale muy caro… todavía que les pagamos la ART… todo aquél que no pueda trabajar como nuestro sistema lo requiere, es un a-normal, pero… “¿qué hacemos con el minotauro?” “¡Encerrémosle! ¡Hagámosle un laberinto de donde no pueda salir, un laberinto que manifieste su diferencia! ¡Un laberinto que manifieste nuestro poder de eliminar a la diferencia!” “¡O, no! ¡Hagamos una escuela! ¡Usemos de su cuerpo, desapropiémosle de palabra, hagámosle obediente y que nos tema para ser parte de nuestras leyes!”. Adiós a los poetas…



(fragmento de un rizoma entre mariana y yo)

miércoles, 28 de enero de 2009

La dicha


El que abraza a una mujer es Adán. La mujer es Eva.
Todo sucede por primera vez.
He visto una cosa blanca en el cielo. Me dicen que es la
luna, pero qué puedo hacer con una palabra y con una mitología.
Los árboles me dan un poco de miedo. Son tan hermosos.
Los tranquilos animales se acercan para que yo les diga su nombre.
Los libros de la biblioteca no tienen letras. Cuando los abro surgen.
Al hojear el atlas proyecto la forma de Sumatra.
El que prende un fósforo en el oscuro está inventando el fuego.
En el espejo hay otro que acecha.
El que mira el mar ve a Inglaterra.
El que profiere un verso de Liliencron ha entrado en la batalla.
He soñado a Cartago y a las legiones que desolaron a Cartago.
He soñado la espada y la balanza.
Loado sea el amor en el que no hay poseedor ni poseída,
pero los dos se entregan.
Loada sea la pesadilla, que nos revela que podemos crear el infierno.
El que desciende a un río desciende al Ganges.
El que mira un reloj de arena ve la disolución de un imperio.
El que juega con un puñal presagia la muerte de César.
El que duerme es todos los hombres.
En el desierto vi la joven Esfinge, que acaban de labrar.
Nada hay tan antiguo bajo el sol.
Todo sucede por primera vez, pero de un modo eterno.
El que lee mis palabras está inventándolas.


Jorge Luis Borges

(Gracias Flavio!)

viernes, 23 de enero de 2009


otros de los que somos:
ser la noche abierta
y las fases cambiantes de la luna

este río y otro
las máscaras, los rostros, los reflejos en el agua
en un apartado rincón del universo, donde titilan millones de estrellas centelleantes…

miércoles, 21 de enero de 2009

los otros y los mismos




profundas e iniciáticas las palabras con perfumes
y las que nos hacen habitar espacios entre nosotros
y entre nosotros y las cosas
las noches
la ventizca del mar
una música sonando
palabras musitadas por otros
el roce de los cuerpos
una sonrisa
la percepción del tiempo
las manos del niño que buscan las tuyas
y el niño que fuiste
los recuerdos vagos y dispersos
la ciencia cierta de lo que se quiere
el deseo, siempre hacia lo otro
la muerte que nos espera
la que podemos pensar ahora

¿somos otros y los mismos?
ni militar que somos algo juntos
ni gritarlo más a los cuatro vientos
no elucubrarlo
no hipotetizarlo
no adaptar un sonido nuevo a viejas partituras
habitar el silencio es también habitar lo extraño en uno




viernes, 16 de enero de 2009

Filosofía laberíntica


Una filosofía laberíntica: para situar y manifestar lo que acaece en el pensamiento: transformaciones, rebeliones, contradicciones, nuevas significaciones, borraduras, creaciones, semejanzas, analogías, verdades en tránsito. Sus vacíos, ambigüedades, misterios, incertidumbres y no sólo de las pocas certezas que se necesitan para al fin también ser puestas en cuestión.
Una filosofía laberíntica: para no esperar más de la filosofía la exposición de verdades -o lo que es peor: para reducirla, como algunos académicos, a prologar las verdades de otros-.








jueves, 8 de enero de 2009


yo amo todo aquello que nos hace ser otros de los que somos
somos







martes, 6 de enero de 2009

espinas y silencios

gris plateado en las persianas
de una cortina con espinas
apretadas las raíces
profundizan la tierra
el silencio, intacto
olhos na obscuridade,
remotos e milenares,
infinitos...


(entre juan y yo)

Foto: Juan Vignale
http://www.tucactus.blogspot.com

sábado, 3 de enero de 2009

partenaire













Vaya a saber qué cosa lejana
te trajo
te arrojó allí
como tiritando en una lluvia
silente y taciturno
sin explicaciones.
Duro y frío como una roca.
Sensual y distante como pétalos rojos.
Tan paradójico nuestro tiempo
tan intempestivo.
Sin tenerlo, nos lo creamos.
Le hicimos un hueco a un entre-nosotros imposible.


Quién me mandó a seguirte
a concentrarme en tus ojos
a forzar los caminos.


Yo, que ahora hablo de incertidumbres y vaguedades
de paseos a la deriva
de laberintos sin mapas.


¿Me habrás posibilitado la libertad que supe darme?
¿Habrás venido a ser mi partenaire en una danza-laberinto cuya perspectiva pierdo?
¿Mi trampolín para llegar a ser la que soy?