HYPOMNEMATA

Los hypomnemata eran cuadernos de escritura: en ellos se encontraban citas, fragmentos de escrituras o pensamientos del propio espíritu. Constituían una memoria material de las cosas leídas, oídas, pensadas, y se atesoraban en esas páginas desordenadas, heterogéneas. Se trataba de un ejercicio en el pensamiento que no tenía como fin el decir lo indecible, sino captar lo ya dicho, de reunir lo leído. Eran escrituras sobre lecturas, y el fin de las mismas, la constitución de sí mismo. Era una escritura que posibilitaba la transformación de la verdad que nos damos a nosotros mismos. Una escritura que constituía con las propias palabras y las de otros un "cuerpo", como el propio cuerpo de quien, al transcribir sus lecturas, se las apropia y hace suya su verdad.







jueves, 30 de diciembre de 2010

Final de año












Ni el pormenor simbólico
de reemplazar un cero por un uno
ni esa metáfora baldía
que convoca un lapso que muere y otro que surge
ni el cumplimiento de un proceso astronómico
aturden y socavan
la altiplanicie de esta noche
y nos obligan a esperar
las doce irreparables campanadas.
La causa verdadera
es la sospecha general y borrosa
del enigma del Tiempo;
es el asombro ante el milagro
de que a despecho de infinitos azares,
de que a despecho de que somos
las gotas del río de Heráclito,
perdure algo en nosotros:
inmóvil.

Jorge Luis Borges

lunes, 13 de diciembre de 2010

Pensar y presente

F. Bacon

"Pensar es alojarse en el estrato en el presente que sirve de límite: ¿qué puedo ver y qué puedo decir hoy en día? Y es pensar el pasado tal y como se condensa adentro, en relación consigo mismo (hay un griego en mí, o un cristiano...). Pensar el pasado contra el presente, resistir al presente, no para un retorno, sino "en favor, eso espero, de un tiempo futuro" (Nietzsche), es decir, convirtiendo el pasado en algo activo y presente afuera, para que por fin surja algo nuevo, para que pensar, siempre, se produzca en el pensamiento. El pensamiento piensa su propia historia (pasado), pero para liberarse de lo que piensa (presente), y poder finalmente pensar "de otra forma" (futuro)".
Gilles Deleuze

lunes, 8 de noviembre de 2010

In-fancia


¿Permitirle al vuelo de las palabras decir lo que no ha sido dicho?
¿Habrá quienes tengan oídos para escucharlas?
¿Imágenes para ilustrarlas, lápices para escribirlas, idiomas para traducirlas, bocas para nombrarlas?
Por ejemplo, decir las diferencias, en toda su policromía, para que no hayan más ninguneos a las identidades constituidas, a las singularidades buscadas o encontradas, a los locos que a veces queremos ser para no ser como todos. O decir también las buenas nuevas, esas, que a veces por buenas, pero sobre todo por nuevas, amenazan sin querer; esas que muchos quieren borrar.
¿Y si los niños fueran esas bocas, esas lenguas, esas manos que escriban y dibujen a las nuevas palabras?
¿Qué cosa tendríamos que hacer "nosotros"?

martes, 2 de noviembre de 2010

El hombre de la "gran política"

"Con tales seres no se cuenta, llegan igual que el destino, sin motivo, razón, consideración, pretexto, existen como existe el rayo, demasiado terribles, demasiado súbitos, demasiado convincentes, demasiado "distintos" para ser ni siquiera odiados. Su obra es un instintivo crear-formas, imprimir-formas, son los artistas más involuntarios, más inconcientes que existen -en poco tiempo surge, allí donde ellos aparecen, algo nuevo, una concreción de dominio dotada de vida, en la que partes y funciones han sido delimitadas y puestas en conexión, en la que no tiene sitio absolutamente nada a lo cual no se le haya dado antes un "sentido" en orden al todo"

F. Nietzsche

sábado, 16 de octubre de 2010




"Cerrar de vez en cuando las puertas y ventanas de la conciencia; no ser molestados por el ruido y la lucha con que nuestro mundo subterráneo de órganos serviciales desarrolla su colaboración y oposición; un poco de silencio, un poco de tabula rasa de la conciencia, a fin de que de nuevo haya sitio para lo nuevo".
F. Nietzsche

lunes, 13 de septiembre de 2010

Entrenosotros




Descontar las noches hasta cuando nos dimos a nacer juntos. Deshacer todavía más aquello que cada uno fija como propio, hasta encontrarnos en ese cruce en el que ya no somos uno ni otro, sino entrenosotros. No olvidar el olor de la mandarina que trajo a los niños, y después no dejar ir la imagen de ellos solos hincados dibujando y desdibujando rostros en la arena.

Crear nuestros laberintos con palabras propias, pero también encontrar los silencios propios que nos nombren. Y miradas que nos digan. Animarnos a dar saltos, arrojarnos, abismarnos, en las profundidades que constituyen ese afuera plegado, esa cavidad hueca a la que los padres suelen ponerle nombre. Entonces, seguir aprendiendo de lo que no somos, para llegar a ser los que somos.

miércoles, 11 de agosto de 2010

Nosotros los que conocemos


"Nosotros los que conocemos somos desconocidos para nosotros, nosotros mismos somos desconocidos para nosotros mismos: esto tiene un buen fundamento. No  nos hemos buscado nunca, - ¿cómo iba a suceder que un día nos encontrásemos?

F. Nietzsche

miércoles, 28 de julio de 2010

"Mi nombre es Nadie"


"Mi nombre es Nadie", decía ya Ulises. Homero llama polyptropos al héroe viajero, y este calificativo griego se traduce, de manera aproximada, por "hábil", "rico en recursos", "de las mil astucias", etcétera. Ulises tiene "salida para todo"; su inteligencia no es teórica ni contemplativa, orientada hacia lo eterno como la de los geómetras y los filósofos, sino pragmática, táctica, inquieta y guerrera. Nómada y burlón, el héroe homérico enreda las pistas multiplicándolas. Nunca se le atrapa donde se creía poder hacerlo; es libre, siempre, y asimismo liberador, desconcertante. Como Michel Foucault.
Roger-Pol Droit; Un pensador, mil rostros

miércoles, 30 de junio de 2010

Para qué escribir



Escribir para ser otros. Para que la gestualidad de la letra dé cuerpo a un abismo en sí mismos. Un abismo que no es fondo, que no es una interioridad a conocer, sino un espacio que fundar. Lo profundo que nos habite será la relación que tenemos con el instante. Una intensidad en la relación de sí consigo. Un aprender a ver las cosas de otro modo, un dejar que las cosas se nos acerquen. Ser parte de la comunidad de los amigos de la distancia, aquellos que aman alejándose, que no aman más que separándose a lo lejos. Que forman parte de esa comunidad imposible, la de los amigos de la soledad. Escribir, entonces, para abismarse.

Escribir para hacer resbalar al papel la palabra que quedó pendida de los labios, que se alarga como lazo, dado que siempre se es el lazo que se teje. Aunque los pensamientos se encuentren a medio vestir o con ropas prestadas. Encontrarlos in fraganti, sorprenderlos. Y dejarlos. Que no es abandonarlos. Es cierto que a veces el verbo parece un impulso que patea al vacío. Pero no hay vacío sino esto que vamos haciendo de nosotros mismos. El alma al borde de los labios, entonces.

Escribir para comprender que no sólo decimos algo por su contenido, sino que éste se asocia caprichosamente a una manera de decir. Saber que estamos hechos de nuestras palabras y que el pensamiento -como la vida- nos atraviesa, que las preguntas nos interpelan a no asumir la triste conformidad de placeres y dolores a medias, la estática comodidad de aceptar sin más lo dado. Y para saber que la palabra que por pereza llamamos propia no es sino azar, tejido, encuentros, “entres”. Siempre de otro o para otro. O con otro. E independizarnos del impulso liberal de hacer de ella también objeto de la propiedad privada. Así, cuestionando el pronombre posesivo, cuestionar también el pronombre personal; “¿pero soy yo quien escribe?”. En la frontera, entonces, entre lo que somos y lo que decimos.

Escribir para escucharnos a nosotros mismos y narrarnos. Y entender que la confianza en las palabras no es confianza porque ellas estén fijas en significaciones, sino que es confianza porque ellas son productoras de diferencia. Escribir sin buscar transparencias, ni razones, sin esperar que el sentido surja de la concatenación lineal y bienpensada de las frases. No querer comprenderlo todo. Escribir para desatar el discurso de una verdad sobre nosotros mismos. Aprender a ser nuestros propios jueces, después de habernos dado la propia ley. Ser extranjero, entonces, en la propia lengua y un creador de verdades para sí mismo.

Escribir para devolverle el cuerpo al pensamiento, en la materialidad de la letra. Pero también devolver el desplazado, olvidado y degradado cuerpo al espíritu. No ser más sombras que buscan un cuerpo, sino un cuerpo/palabra, un cuerpo/otro, un cuerpo/alma. Cuerpos que unen lo eternamente separado, las palabras y las cosas.  Escribir para transitar el peligroso quizá. Comprender que somos seres de paso, en tránsito, que vinimos a ser otros. Entonces, una política de la verdad, una ética de la experiencia y una estética del paseo.

Escribir, entonces, para llegar a ser el que se es.

jueves, 24 de junio de 2010

Experiencia de sí estoica


"¿Qué hay de grande aquí abajo? ¿Cubrir los mares con nuestras flotas, plantar nuestras enseñas en las orillas del mar Rojo y, cuando ya no queda tierra para nuestras devastaciones, errar por el océano en busca de playas desconocidas? No: es haber visto todo este mundo con los ojos del espíritu, es haber obtenido el triunfo más hermoso, el triunfo sobre los vicios. Incontables son los hombres que se hicieron amos de ciudades y naciones enteras; pero ¡qué pocos lo fueron de sí mismos! ¿Qué hay de grande aquí abajo? Elevar el alma por encima de las amenazas y las promesas de la fortuna; no querer esperar de ésta nada que sea digno de nosotros. ¿Qué tiene ella, en efecto, que debamos anhelar, cuando nuestras miradas, al volver el espectáculo de las cosas celestes a la tierra, no encuentran en ésta más que tinieblas, como cuando se pasa de un claro día a la sombría noche de los calabozos? Lo grande es un alma firme y serena en la adversidad, que acepta todos los acontecimientos como si los deseara ¿No deberíamos desearlos, en efecto, si supiéramos que todo ocurre por los decretos de Dios? Lo grande es ver hacer a nuestros pies las saetas de la suerte; recordar que somos hombres; decirnos, si somos dichosos, que no lo seremos durante mucho tiempo. Lo grande es tener el alma al borde de los labios y presta a partir; entonces somos libres no por derecho de ciudadanía, sino por derecho de naturaleza"


SÉNECA

viernes, 18 de junio de 2010

Catorce de junio

José Saramago


Cerremos esta puerta.
Lentas, despacio, que nuestras ropas caigan
Como de sí mismos se desnudarían dioses.
Y nosotros lo somos, aunque humanos.
Es nada lo que nos ha sido dado.
No hablemos pues, sólo suspiremos
Porque el tiempo nos mira.
Alguien habrá creado antes de ti el sol,
Y la luna, y el cometa, el espacio negro,
Las estrellas infinitas.
Ahora juntos, ¿qué haremos? Sea el mundo
Como barco en el mar, o pan en la mesa,
O el rumoroso lecho.
No se alejó el tiempo, no se fue. Asiste y quiere.
Su mirada aguda ya era una pregunta
A la primera palabra que decimos:
Todo.

(De Poesía completa, Alfaguara, pp. 636-637)

miércoles, 16 de junio de 2010

De cerca o de lejos


"No es en la manera en que un alma se acerca a otra, sino en la manera como se separa de ella, en lo que reconozco su afinidad y parentesco con ella".

(F. Nietzsche)

"La amistad no guarda silencio, más bien es guardada por el silencio. Desde el momento en que la amistad se habla, se invierte. Dice entonces, diciéndoselo, que no hay amigos, se confiesa, confesándoselo. Dice la verdad -siempre aquello que más vale no saber-.

La protección de esta guardia asegura la verdad de la amistad, su verdad ambigua, aquella mediante la que los amigos se protegen del error o de la ilusión que fundan la amistad, más concretamente, sobre el fondo sin fondo de los cuales se funda una amistad para resistir a su propio abismo. Al vértigo o a la revolución que le haría girar en torno a ella misma. La amistad se funda en verdad para protegerse del fondo o del sin-fondo abismal".

(J. Derridá)

miércoles, 2 de junio de 2010

La muerte del autor


"Cuando se cree en el Autor, éste se concibe siempre como el pasado de su propio libro: el libro y el autor se sitúan por sí mismos en una misma línea, distribuida en un antes y un después: se supone que el Autor es el que nutre al libro, es decir, que existe antes que él, que piensa, sufre y vive para él; mantiene con su obra la misma relación de antecedente que un padre respecto a su hijo. Por el contrario, el escritor moderno nace a la vez que su texto; no está provisto en absoluto de un ser que preceda o exceda su escritura, no es en absoluto el sujeto cuyo predicado sería el libro; no existe otro tiempo que el de la enunciación, y todo texto está escrito eternamente aquí y ahora".

Roland Barthes

(Imagen: Grippo)

viernes, 16 de abril de 2010



Assim

a chuva cantou seu canto sem aviso algum
no dia e na noite
Nós, fomos abençoados por ela
Eu tenho de partir dali
um poema

lunes, 15 de marzo de 2010

Altura

Roberto Gómez Ascaso

"Un hombre no llega nunca tan alto como cuando desconoce adónde puede conducirlo su camino"

jueves, 4 de marzo de 2010

Creación del mundo

Por Pierre Klossowski


Ser un gran señor que lleva espada; voltearse muchachas, señoras y señoritas; dar limosna a los pobres a condición de que renieguen de Dios, despojar a la viuda y al huérfano, desatender rentas y deudas; mantener poetas a condición de que canten el delirio de los sentidos, pintores capaces de retener los movimientos de la voluptuosidad, ingenieros por los placeres de un temblor de tierra por encargo; químicos para que ensayen venenos lentos y fulminantes; fundar algunas casas de estudios para reclutar allí un serrallo de odaliscas e icoglanes*, cazar al efebo, a pie o a caballo; ofrecer banquetes al populacho sobre un tablado provisto de trampas que se lo traguen a la hora de los postres; pero si todo esto no es posible, hacer representar espectáculos extraños, hacer celebrar la misa para profanar la hostia con el objeto de convocar al diablo, y si todo esto es muy engorroso a la larga, si uno se asombra de que ninguna advertencia clara y visible llegue para detenerlo, intentar darse miedo por otro medio, hacerse moler a golpes por los propios vasallos. Pero si el mundo asombrado le pregunta las razones de todo esto, afirmar que Dios no existe, pero que por el contrario Tiberio y Nerón sí existieron, que uno hizo crucificar al Hijo de Dios, que el otro arrojó a los leones a sus discípulos, y que al ser la inmortalidad del alma un señuelo, se trata de inmortalizarse en el mundo por medio de crímenes más que por medio de buenas acciones, puesto que el reconocimiento es pasajero y el resentimiento eterno. En síntesis, aceptar sonriendo pasar por un cerdo de Epicúreo o del ser; rodearse de una corte de sabios y de poetas, de artistas y de actores, de verdugos y de súbditos dispuestos a todos los caprichos del momento. Porque el momento está colmado de exigencias, porque el momento es insuperable.

Ser ese gran señor es una cosa. Otra bien distinta es ser ese gran señor en un calabozo, no tener más que las intenciones de un gran señor, y saber que precisamente por haber tenido esas intenciones uno se encuentra entre cuatro paredes. En efecto, todo quedó en la intención: ¿acaso soñaba uno con realizarlas? Apenas intentamos un quinto de ese programa admirable. Pero por sí mismas esas intenciones eran de un peso aplastante, y he aquí que entre estos muros libran su insoportable secreto. En libertad, habíamos juzgado espiritual denominarnos "taimados": y sin embargo los verdugos rompían los huesos a los Damiens, a los Mandrin, a los Cartouche. En la celda, incluso, nobleza obliga: si nosotros, que pertenecemos a la raza de los fuertes, hemos transgredido las reglas para la protección del débil, ¿no fue acaso volviendo nuestra propia fuerza contra nosotros mismos para hacer de ello la última experiencia como fracasamos? Al fuego de nuestras pasiones, que sublevaron contra nosotros la voluntad general, encendamos la llama de la filosofía, delectémonos en incendiar el mundo: ¿no somos nosotros mismos algo más que una brasa ardiente? Detrás de estos muros brama una revolución: los hambrientos de ayer serán los amos de hoy, porque es preciso que a cada cual llegue su turno: ¿pero conocen ellos el hambre que nos devora en nuestra saciedad, nosotros, que somos los satisfechos del ayer? En verdad, ¡tendremos que padecer nuevas saciedades, nosotros, que somos hambrientos de un nuevo tipo! Libres, nos considerábamos como una fuerza de la Naturaleza, como el agente de sus intenciones, aceptábamos todas las ventajas que ofrece al fuerte a expensas del débil, listos para restituírsela desde el momento en que la reclame. Entre las cuatro paredes de nuestra celda, privados de nuestros alquimistas y de nuestros artistas, de nuestros sabios y de nuestros poetas, de nuestros comediantes y de nuestras víctimas, seremos nosotros mismos alquimistas y poetas, artistas y sabios, verdugos y comediantes, comediantes y víctimas. Una vez puestos en libertad no tendremos más amo que los gustos y las maneras, no tendremos más amo que la conciencia maliciosa, porque seremos sólo conciencia, y seremos la conciencia misma.

A pesar de todo, con esta conciencia es menos posible disfrutar de una existencia aparentemente impune que vivir, a título de castigo que da derecho a intenciones inconfesables, confundido en la muchedumbre de esos contemporáneos conservadores o democráticos -todos igualmente preocupados por acumular riquezas mientras pretenden organizar el progreso social, la unidad nacional y el Imperio-, que vivir entre ellos no teniendo para distinguirse más que esta noble mala conciencia que hemos heredado, el único bien que hemos heredado, si es que es cierto que filosofar es obedecer a las leyes de un atavismo de orden superior. Esta noble conciencia maliciosa alimenta la constatación escandalosa que hemos hecho: el mundo moderno se envilece como consecuencia de la ausencia de esclavos. Constatación que cuesta cara al único en soportar las consecuencias que sólo él puede extraer de su constatación.

Aceptar en esas condiciones una cátedra de filología en la universidad de Basilea es tomar el más prudente incógnito, porque el ejercicio de una actividad intelectual o científica no puede sino tender a satisfacer antes que nada la curiosidad propia del individuo que somos, a satisfacerla a expensas incluso del medio social al cual debemos nuestros medios de conocimiento. Y es así que nos gustaría "conducir al adolescente hacia la Naturaleza, y mostrarle en todas partes el reino de sus leyes: luego las leyes de la sociedad burguesa. Entonces la pregunta no dejaría de hacerse escuchar: ¿era necesario que fuera así? Y poco a poco el adolescente tendrá necesidad de historia para aprender cómo se llegó al presente estado. Pero aprendiendo así la historia, aprenderá también cómo él mismo puede transformarse en otro. ¿Cuál es el poder del hombre sobre las cosas? Tal debería ser la pregunta inicial en toda educación. Y entonces, para mostrar cómo todo podría ser de otro modo en este mundo, evocaríamos el ejemplo de los griegos, después el de los romanos, para mostrar cómo se llegó aquí donde estamos."

Pero quien pretende así, desde lo alto de una cátedra de filología, aniquilar la autoridad de dos mil años, ve pronto a los más simpatizantes entre sus colegas apartarse a su paso, ve su grupo de alumnos dispersarse, se arriesga a dilapidar lo mejor de sí mismo en el esfuerzo vano de marcar a la joven generación con su propio destino.

Es soportar un destino imposible de cambiar --y más hubiera valido, quizás, no haber nacido--, sentir un día que el Creador no ha creado ese día como los días precedentes; que uno ya no ha nacido de sus manos al despertar; que uno no es más que la espuma de la nada soñadora; y que el mundo ahora declina bajo la mirada, ahora que las venas divinas se han secado: todo lo que miramos y todo lo que nos rodea parece el cadáver del Creador; o bien, golpeados por la torpeza, experimentamos los límites de un gusano nacido sobre ese cadáver; con él el mundo exánime se descompone, y encontramos la felicidad de un gusano en la descomposición eterna del infinito cadáver de Dios; o bien, atormentados por una piedad clarividente, tenemos la fuerza de reconocernos en la inconmensurable carroña, y de decir: ¡soy yo! ¡Soy yo! ¡Soy yo que sufro las injurias de los gusanos!

Tal es la desvergüenza de los que asistieron al Creador en sus últimos instantes. Tal es, también, su único remedio. ¿Qué les queda del mundo, sustraído a sus impulsivas investigaciones, sustraído a su insaciable amor, qué les queda del mundo que descomponen por medio del trabajo, raza de laboriosos impotentes, enfermos de no poder poseer el mundo a la medida del mundo? Les queda todavía la Naturaleza, su propia naturaleza. La Naturaleza, decimos, es objeto de la investigación científica. El hombre que se considera como un producto de la Naturaleza se comprenderá entonces, en tanto que Sabio, en esta búsqueda: será la Naturaleza estudiada a través de la naturaleza, y en él la serpiente que se muerde la cola encontrará su satisfacción. Pero he aquí lo que precisamente inquieta a la Sociedad a la que no le gustan los hombres-serpiente: en el transcurso de su frecuentación de la Naturaleza, el investigador descubre en cada reino modos de existencia y modos de disfrute, modos de poder y modos de adoración que son otras tantas sugerencias e inspiraciones; la Sociedad confía en el investigador para estar prevenida: ¿estas sugerencias son apropiadas para mantener la vida de la comunidad, o pueden estorbar el mantenimiento del orden? Para poder cultivar las ciencias sin peligro, la Sociedad exige del Sabio que no tenga secretos con la Naturaleza. Le exige que se considere como la Naturaleza estudiada por la naturaleza, que quiera respetar de buen grado la línea de demarcación que separa la Naturaleza del Sabio.

Pero aquél que asistió al Creador en sus últimos momentos, que vio los miembros divinos ser presa de los gusanos, que se sintió como el sufrimiento póstumo de Dios, y que al amortajar a Dios perdió el mundo, no debe rendir cuentas a la Sociedad, no conoce ya línea de demarcación entre la Naturaleza y él mismo. Franquea esta línea y, desesperándose por crear alguna vez, se metamorfosea de Sabio que era en Naturaleza sabia; y si mantiene los afueras afables, graves y apacibles de un profesor, no es más que un último vestigio de pudor y de modestia verdaderamente exagerada, no es más que una consideración excesiva para su madre, su hermana y sus contemporáneos. (**)

* (N. de la T.) Icoglans en el original. El término, de origen turco (itch-oghlân), significa "niño del interior del serrallo". Muchas veces se trataba de niños de origen cristiano que constituían la guardia personal del sultán. Se los educaba, precisamente, en casas.

(*) Fuente: Pierre Klossowski, "Creación del mundo", en Acéphale. Religión, sociología, filosofía, 1936-39, Caja Negra Editora, Ciudad de Buenos Aires, 2005, pp.76-82.



lunes, 8 de febrero de 2010

Mujeres

(Picasso)



decir que esa mujer era dos mujeres es decir poquito
debía tener unas 12397 mujeres en su mujer
era difícil saber con quién trataba uno
en ese pueblo de mujeres
ejemplo:

yacíamos en un lecho de amor
ella era un alba de algas fosforescentes
cuando la fui a abrazar
se convirtió en singapur llena de perros que aullaban
recuerdo
cuando se apareció envuelta en rosas de agadir
parecía una constelación en la tierra
parecía que la cruz del sur había bajado a la tierra
esa mujer brillaba como la luna de su voz derecha

como el sol que se ponía en su voz
en las rosas estaban escritos todos los nombres de esa mujer menos uno
y cuando se dio vuelta
su nuca era el plan económico
tenía miles de cifras y la balanza de muertes favorables a la dictadura militar
nunca sabía uno adónde iba a parar esa mujer
yo estaba ligeramente desconcertado
una noche le golpeé el hombro para ver con quién era
y vi en sus ojos desiertos un camello

a veces
esa mujer era la banda municipal de mi pueblo
tocaba dulces valses hasta que el trombón empezaba a desafinar
y los demás desafinaban con él
esa mujer tenía la memoria desafinada

usté podía amarla hasta el delirio
hacerle crecer días del sexo tembloroso
hacerla volar como pajarito de sábana
al día siguiente se despertaba hablando de malevich

la memoria le andaba como un reloj con rabia
a las tres de la tarde se acordaba del mulo
que le pateó la infancia una noche del ser
ellaba mucho esa mujer y era una banda municipal

yo
compañeros
una noche como ésta que
nos empapan los rostros que a lo mejor morimos
monté en el camellito que esperaba en sus ojos
y me fui de las costas tibias de esa mujer

callado como un niño bajo los gordos buitres
que me comen de todo
menos el pensamiento
de cuando ella se unía como un ramo
de dulzura y lo tiraba en la tarde

[Juan Gelman]

viernes, 29 de enero de 2010

Amigos de la distancia

No se vieron en la noche
                    ni en el día
los que venían diciendo y cantando
los nacimientos de otros
los soles nuevos, las mañanas ventosas
los cataclismos, las cascadas
los que son muchos y las diferencias

Sólo se presentían
        se adivinaban
        se deducían
sabiéndose de esos que aman alejarse
amigos de la distancia
osadía de una amistad que quiere lo extraño
que ama todo aquello que nos hace ser otros de los que somos

aventureros del quizá
y del cada-vez
como la vez primera

miércoles, 13 de enero de 2010

felinamente


(Brooke Eldowney)

sábado, 9 de enero de 2010

Magia y felicidad

Giorgio Agamben



Walter Benjamin dijo una vez que la primera experiencia que el niño tiene del mundo no es que "los adultos son más fuertes, sino su incapacidad de hacer magia". La afirmación, efectuada bajo el efecto de una dosis de veinte miligramos de mescalina, no es por esto menos exacta. Es probable, en efecto, que la invencible tristeza en la cual se sumergen cada tanto los niños provenga precisamente de esta conciencia de no ser capaces de hacer magia. Aquello que podemos alcanzar a través de nuestros méritos y de nuestras fatigas no puede, de hecho, hacernos verdaderamente felices. Sólo la magia puede hacerlo. Esto no se le escapó al genio infantil de Mozart, quien en una carta a Bullinger señaló con precisión la secreta solidaridad entre magia y felicidad: "Vivir bien y vivir felices son dos cosas distintas; y la segunda, sin alguna magia, no me ocurrirá por cierto. Para que esto suceda, debería ocurrir alguna cosa verdaderamente fuera de lo natural".

Los niños, como las criaturas de las fábulas, saben perfectamente que para ser felices es preciso tener de su lado al genio de la botella, tener en casa el asno cagamonedas o la gallina de los huevos de oro. Yen cada ocasión, conocer el lugar y la fórmula vale mucho más que proponerse honestamente y dedicarse con todas las fuerzas a alcanzar un objetivo. Magia significa, precisamente, que nadie puede ser digno de la felicidad; que como sabían los antiguos, la felicidad, para el hombre, es siempre hybris, es siempre arrogancia y exceso. Pero si alguien llega a reducir la fortuna con el engaño, si la felicidad depende, no de lo que esa persona es, sino de una nuez encantada o de un ábrete-sésamo, entonces y sólo entonces puede decirse verdaderamente feliz.

Contra esta sabiduría pueril, que afirma que la felicidad no es algo que pueda merecerse, la moral ha alzado desde siempre su objeción. y lo ha hecho con las palabras del filósofo que menos ha comprendido la diferencia entre vivir dignamente y vivir feliz. "Aquello que en ti tiende con ardor a la felicidad es la inclinación; aquello que luego somete esta inclinación a la condición de que debes ser primero digno de la felicidad es tu razón", escribe Kant. Pero con una felicidad de la cual podemos ser dignos, nosotros (o el niño que hay en nosotros) no sabemos bien qué hacer. ¡Qué desastre si una mujer nos ama porque nos lo merecemos! ¡Y qué aburrida la felicidad como premio o recompensa por un trabajo bien hecho!

Que el vínculo que mantiene unidas la magia y la felicidad no es simplemente inmoral, que puede, más bien, dar testimonio de una ética superior, se evidencia en la antigua máxima según la cual quien se da cuenta de que está siendo feliz, ya ha dejado de serlo. Así, la felicidad tiene con su sujeto una relación paradójica. Aquel que es feliz no puede saber que lo está siendo; el sujeto de la felicidad no es un sujeto, no tiene la forma de una conciencia, aunque sea la más buena. Y aquí la magia hace valer su excepción, la única que permite a un hombre decirse y saberse feliz. Quien goza por encanto de alguna cosa, huye a la hybris implícita en la conciencia de la felicidad, porque la felicidad que sabe que está teniendo en cierto sentido no es suya. Así Júpiter, que se une a la bella Alcmena asumiendo los rasgos del consorte Anfitrión, no goza de ella como Júpiter. Y mucho menos, más allá de la apariencia, como Anfitrión. Su alegría pertenece toda al encanto, y se goza concientemente y puramente sólo de aquello que se ha obtenido por las vías transversales de la magia. Sólo el encantado puede decir sonriendo: yo, y verdaderamente merecida es sólo esa felicidad que no soñaríamos con merecer.

Es esta la razón última del precepto según el cual sobre la tierra hay una sola felicidad posible: creer en lo divino y no aspirar a alcanzarlo (una variante irónica es, en una conversación de Kafka con Janouch, la afirmación de que hay esperanza, pero no para nosotros). Esta tesis aparentemente ascética se vuelve inteligible sólo si entendemos el sentido de aquel no para nosotros. No quiere decir que la felicidad está reservada solamente a los otros (felicidad significa precisamente: para nosotros), sino que ella nos espera sólo en el punto en el cual no nos estaba destinada, en el que no era para nosotros. Es decir, por arte de magia. En ese punto, cuando se la hemos arrebatado a la suerte, ella coincide enteramente con el hecho de sabernos capaces de magia, con el gesto por el cual alejamos de una vez por todas la tristeza infantil.

Si es así, si no hay otra felicidad que sentirse capaces de magia, entonces se vuelve transparente también la enigmática definición que de la magia dio Kafka, cuando escribió que si se llama a la vida con el nombre justo, ella viene, porque "esta es la esencia de la magia: que no crea, pero llama". Esta definición está de acuerdo con la antigua tradición, que cabalistas y nigromantes han seguido escrupulosamente en rodos los tiempos, según la cual la magia es esencialmente una ciencia de los nombres secretos. Toda cosa, todo ser tiene de hecho, más allá de su nombre manifiesto, un nombre escondido, al cual no puede dejar de responder. Ser mago significa conocer y evocar este archinombre. De allí, las interminables listas de nombres -diabólicos o angélicos- con los cuales el nigromante se asegura el dominio sobre las potencias espirituales. El nombre secreto es para él sólo el símbolo de su poder de vida y de muerte sobre la criatura que lo lleva.

Pero hay otra tradición, más luminosa, según la cual el nombre secreto no es tanto la cifra de la servidumbre de la cosa a la palabra del mago como, sobre todo, el monograma que sanciona su liberación del lenguaje. El nombre secreto era el nombre con el cual la criatura era llamada en el Edén y, pronunciándolo, los nombres manifiestos, toda la babel de los nombres, cae hecha pedazos. Por esto, según la doctrina, la magia llama a la felicidad. El nombre secreto es, en realidad, el gesto con el cual la criatura es restituida a lo inexpresado. En última instancia, la magia no es conocimiento de los nombres, sino gesto: trastorno y desencantamiento del nombre. Por eso el niño nunca está tan contento como cuando inventa una lengua secreta. Pero su tristeza no proviene tanto de la ignorancia de los nombres mágicos como de su dificultad para deshacerse del nombre que le ha sido impuesto. No bien Jo logra, no bien inventa un nuevo nombre, tiene en sus manos el salvoconducto que lo lleva a la felicidad. Tener un nombre es la culpa. La justicia es sin nombre, como la magia. Privada de nombre, beata, la criatura llama a la puerta del país de los magos, que hablan sólo con gestos.

(En: Profanaciones, Buenos Aires, Adriana Hidalgo, 2005)

sábado, 2 de enero de 2010

2010






Lo cierto es que hay Won dando vueltas por el aire, una innegable Mokita, brisa sopladora y susurrera, surgida de un secreto perdido casi olvidado, que Palatyi reveló un día a Pandora en sublime Ah-un…. Será todo una ocurrencia de los dioses, una Saudade inmensa que hace brotar ilusiones y espejos para mirarse y mirarse, será el simple Mono no aware o Shibui de los espejos y los reflejos…. Oh que será, que será!!! lo que no tiene arreglo ni nunca tendrá, que no tiene certeza ni nunca tendrá….Sea lo que sea que será, no dejemos escapar a Mamihlapinatapai por cualquier irrespetuoso Litost o Torschlüsspanik, salgamos Mbuki-mvuki a encontrar el nuevo año y a despojarnos del que se va como la piel de las serpientes…a pura Baraka

Won: en coreano, resistencia a desprenderse de una ilusión.
Baraka: en árabe, energía espiritual que puede emplearse para fines mundanos.
Palatyi: en bantú, monstruo mítico que araña la puerta.
Mokita: en kiriwina, la verdad que todo el mundo sabe pero que nadie dice.
Ocurrencia, en nuestro español, esta palabra conocida por nosotros, no es traducible a otros idiomas.
Ah-un: en japonés, la comunicación tácita entre dos amigos.
Mono no aware: en japonés, la tristeza de las cosas.
Mamihlapinatapai: Dialecto de la Tierra del Fuego. El acto de buscar o mirar a los ojos de otro, con la esperanza de que el otro inicie lo que ambos desean pero que ninguno se anima a iniciar.
Saudade: Brasil. La expresión portuguesa que mejor define un estado de ánimo en el que se mezcla la melancolía y el recuerdo
Shibui: Japón. La apariencia amarga de lo que es positivamente hermoso
Torschlüsspanik: Alemania. Miedo que las personas solteras sienten ante la idea de casarse.
Mbuki-mvuki: Lengua bantú. Despojarse de la ropa espontáneamente y bailar de alegría desnudo.
Litost en checo, que, de acuerdo a Kundera, significa un estado tormentoso creado por la repentina visión de la propia miseria.

(Por Gonzalo, pesquisa mía de palabras intraducibles)