Sólo una cosa no hay. Es el olvido, dice Borges.
Y cuánta verdad. Si nuestra piel ha registrado, pese a sus múltiples metamorfosis, las marcas, los surcos, las arrugas, las heridas, la música, las palabras. Si todo nuestro cuerpo es la superficie en la que nuestra historia ha registrado memorias. Si es verdad que somos un pliegue de la exterioridad, y entonces, simplemente somos las marcas del afuera, como cuando se dibuja un doblez -o muchos- en una tela.