"En el momento en que imagina que ha finalizado su travesía, se alza el telón sobre otra parte de de los trabajos de Ulises: hasta entonces había realizado la travesía de un navegante de regreso de una expedición guerrera allende el mar. Pero apenas dobla el cabo Malea, una tormenta imprevista se abate sobre los griegos. El viento soplará durante siete días y arrojará a la flotilla a un mar muy diferente del que se había surcado hasta entonces. En lo sucesivo, Ulises no sabrá dónde está, ni volverá a encontrar pueblos como el de los Cicones, guerreros hostiles pero semejantes a él. De alguna manera cruza las fronteras del mundo conocido, el oikoumenos humano, para entrar en un espacio de no humanidad, un mundo del más allá.
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A lo largo de todo el periplo, en cada momento, el olvido, la pérdida de memoria de la patria y del deseo de regresar a ella serán el trasfondo de todas las aventuras de Ulises y sus camaradas, la fuente del peligro y la desgracia. Estar en el mundo humano significa vivir bajo la luz del sol, ver al prójimo y ser visto por éste, vivir en reciprocidad, recordar quién es uno y quiénes son los demás. Allí, por el contrario, penetran en un mundo donde las potencias nocturnas, los hijos de la Noche, como los llama Hesíodo, extenderán gradualmente su sombra siniestra sobre los hombres y sobre el mismo Ulises. Una nube de oscuridad permanece suspendida sobre los navegantes, amenaza con destruirlos si se dejan llevar por el olvido de regresar.
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Caribdis es un remolino que amenaza con tragarse la nave; Escila, un peñasco que se alza hacia el cielo, donde vive un monstruo que atrapa y devora a los hombres. Además de navegar entre esos peñascos y elegir entre los peligros de Escila Y Caribdis, pasarán cerca del islote de las Sirenas. Quien escucha su canto está perdido, porque los marinos nos resisten su embrujo y su nave es destruida por los escollos. Desde su nave, Ulises divisa el peñasco de las cantantes.
¿Qué hace el ingenioso rey? Trae consigo cera, y al avistar el islote en el que se agazapan las Sirenas, esas aves-mujeres o mujeres-aves, cantantes de bella voz, tapa las orejas de sus tripulantes para que no las escuchen, pero él no renuncia a escucharlas. No sólo es el hombre de la lealtad y la memoria sino también, como en el episodio del Cíclope, aquel que quiere saber incluso lo que no debe conocer. No quiere pasar cerca de las sirenas sin escuchar su canto, sin saber qué cantan y cómo lo hacen. Por consiguiente, conserva destapadas las orejas, pero se hace sujetar al mástil con ligaduras tan firmes que no le permiten moverse. Pasa la nave y al acercarse a la isla se produce lo que los griegos llaman galene: una calma chicha, sin viento, sin el menor ruido. Entonces se alza el canto de las Sirenas, que se dirigen a Ulises como si fueran las Musas, hijas de la Memoria, las que inspiran a Homero cuando canta sus poemas y al aedo cuando relata las hazañas de los héroes."
Jean-Pierre Vernant
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