Los hijos no nos pertencen. Aunque culturalmente las madres los crean de su propiedad, parte de su cuerpo y en los juegos del lenguaje se los nombre con posesivos, no son nuestros. No son la carne que nos continúa, como si algo de nosotros hubiera en ellos, aunque las palabras nos lo permita decir y nos engañen respecto de ello. Hemos sido para ellos un tránsito, un puente. Ellos, son otros. Nacen otra vez al mundo, cuando se hacen a sí mismos, se configuran para alcanzarse otros, diferentes. Y por eso, qué emoción más extraña nos invade cuando alcanzan algo para sí mismos. Cuando se muestran ellos. Cuando efectivamente el parto acontece en ese "partir" y separarse para ser otro. Cuando ese partir es un partir hacia lo incierto. A pesar de todo, nótese la imagen. Se puede jugar al juego de las diferencias!
miércoles, 12 de diciembre de 2012
Hijos
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