A quienes para hundirse en su ocaso no buscan una razón detrás de las estrellas / a quien no se reserva para sí ni una gota de espíritu / a quien hace de su virtud su inclinación y su fatalidad / a quien se avergüenza cuando el dado al caer le da suerte / a quien delante de sus acciones arroja palabras de oro y cumple siempre más de lo que promete / a quien justifica a los hombres del futuro y redime a los del pasado / a quien castiga a su dios porque ama a su dios, a aquél cuya alma es profunda incluso cuando se la hiere, y puede perecer a causa de una pequeña vivencia / a aquél cuya alma está tan llena que se olvida de sí misma, y todas las cosas están dentro de él / aquél cuya cabeza no es más que las entrañas de su corazón / a todos aquellos que son como gotas pesadas que caen una a una de la oscura nube suspendida sobre el hombre / los que anuncian el rayo que viene y perecen como anunciadores
Así amaba Zaratustra, un amor inhumano, demasiado humano, amor/animal, amor/otro, amor/al/futuro, amor de la comunidad anacorética de los que aman a lo lejos.
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