Klimt + Silva
En una tierra milenaria, acabada de memoria, el búho de Minerva alza su vuelo al atardecer. Entre sus patas se lleva lo sido para colmar de historias la noche que se alza, mientras un viejo expira. En ese mismo instante, en las antípodas de la redondez de esa tierra, que es otra y la misma, un pájaro canta al amanecer y un águila dedica su vuelo en el abismo de las alturas, sospechando ya de la objetividad y con un sentido de la historia favorable a la vida y a la creación de futuros. Abre los ojos y los pulmones un niño, que acaba de nacer.
Y en los dos momentos del mundo, medianoche y mediodía, se inicia un primer movimiento: cuando por primera vez el niño insufla el devenir en sus pulmones. Lo hiere y quema ese primer halito que, a la vez, es el que le da la vida. Y así aprende a jugar y a lanzar los dados.
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