Abrir los ojos y encontrarnos con una palabra que nos llama: una palabra de otro que nos interpela, nos exige una respuesta, nos expone a saber, que después de ella, no seremos los mismos. Una palabra que no esperamos: un alguien allí que nos ha sido velado –las distancias, el azar, los tiempos a destiempos, los recorridos y vericuetos de un andar que nunca es el mismo, que cegaron unos ojos en nuestros ojos-. Sabernos allí, en un mismo tiempo confluyendo, ríos cruzados, relámpagos de una noche oscura, o vientos que silban mientras no saben su rumbo y se largan a los abismos, prontos a la palabra, a decirse, a inventarse.
miércoles, 13 de agosto de 2008
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