¿Por qué dejar de ser infantes? ¿Por qué nombrar las cosas con las palabras impuestas por otros? ¿No es la in-fancia esa condición en nosotras, niñas-adultas, y en todos, de no tener aún el lenguaje para nombrar lo nuevo que nos acontece? ¿No es propiamente ese intento de nombrar un mundo nuevo que aparece? ¿No es, ser infantes, nombrar las cosas con nuestras propias palabras, abrirnos mundo y mundos posibles con nuestras palabras-a-tientas? ¿No es relacionarnos de otro modo con el lenguaje, no es hablar sino en metáforas? ¿No es la infancia esa actitud de ver las cosas como si las viéramos por vez primera, cada vez? ¿O esa actitud que nos permiten que “nos pasen cosas”, en un mundo de adultos que pretenden controlar el futuro, sus relaciones, su vida, para no sufrir?
La infancia, la experiencia y lenguaje que nos habita, en el que co-habitamos: que nos atraviesen. Sigamos siendo permeables a que las cosas nos atraviesen, también el dolor, pero sin dejar que las cosas nos atraviesen ¿podemos ser felices? ¿Podemos encontrarnos con el otro que, desde su palabra, nos interpela?
0 comentarios:
Publicar un comentario