HYPOMNEMATA

Los hypomnemata eran cuadernos de escritura: en ellos se encontraban citas, fragmentos de escrituras o pensamientos del propio espíritu. Constituían una memoria material de las cosas leídas, oídas, pensadas, y se atesoraban en esas páginas desordenadas, heterogéneas. Se trataba de un ejercicio en el pensamiento que no tenía como fin el decir lo indecible, sino captar lo ya dicho, de reunir lo leído. Eran escrituras sobre lecturas, y el fin de las mismas, la constitución de sí mismo. Era una escritura que posibilitaba la transformación de la verdad que nos damos a nosotros mismos. Una escritura que constituía con las propias palabras y las de otros un "cuerpo", como el propio cuerpo de quien, al transcribir sus lecturas, se las apropia y hace suya su verdad.







martes, 7 de octubre de 2008

Omphalos


Para los griegos, Delfos era el ombligo del mundo (su centro geográfico), donde se habían reunido las dos águilas enviadas por Zeus desde los bordes opuestos de la circunferencia de la Tierra. Allí se consagraba el culto a Apolo y la pitia o pitonisa pronunciaba sus oráculos. “Conócete a ti mismo” (gnothi seauton) eran las palabras escritas sobre el oráculo de Delfos. Sócrates, a través de Platón, marcó con ellas la historia de la filosofía.

¿Qué querían decir estas palabras para los griegos? Para problematizar acerca de los supuestos y proyecciones de las mismas, tomaremos algunas reflexiones de clases de Michel Foucault en el Còllege de France. Se trata del curso de 1981-1982, reunido en La hermenéutica del sujeto, dedicado al problema entre “sujeto y verdad”. En el mismo, Foucault toma la noción de “inquietud de sí mismo” (epimeleia heautou), que puede pensarse como el ocuparse o preocuparse de sí. Se trata de una elección p, aradójica, tal como lo señala Foucault, cuando todo el mundo sabe que la cuestión del sujeto se planteó originariamente en una fórmula bien diferente: el oráculo délfico “conócete a ti mismo”, que se convierte en fundador, en la historia del pensamiento occidental, de las relaciones entre sujeto y verdad.

Según Foucault, estas palabras no tenían en su origen el valor que luego se les atribuyó. Puesto que lo que se prescribía en la fórmula no era el autoconocimiento como fundamento moral, ni tampoco religioso, como principio de relación con los dioses. Una de las interpretaciones sugiere que esta expresión significaría “en el momento en que vengas a hacer preguntas al oráculo, examina bien en ti mismo lo que vas a hacer; y puesto que debes reducir al máximo la cantidad de tus preguntas y no plantear demasiadas, presta atención en ti mismo a lo que necesitas saber”. Otra interpretación es que el “conócete a ti mismo” sería el principio que recordaría a quien consulta sin cesar que, después de todo, no es más que un mortal y no un dios, por tanto no debe presumir demasiado de su fuerza ni enfrentarse a las potencias de la divinidad.

Foucault se pregunta cuál es la causa de que la “inquietud de sí mismo” haya sido pasada por alto en la manera en que el pensamiento occidental rehizo su propia historia, cómo pudo suceder que se privilegiara tanto, se atribuyera tanto valor e intensidad al “conócete a ti mismo” y se dejara de lado o en la penumbra, la noción de “inquietud de sí”. La hipótesis foucaulteana es que hay algo perturbador en el principio de la “inquietud de sí”, vinculado a cierta tradición que nos hace desistir de dar a esos preceptos y formulaciones un valor positivo. Podemos esbozar otras: si lo pensamos desde el punto de vista de la responsabilidad (y aquí podríamos recordar una ética existencialista sartreana), es más sencillo justificar nuestras acciones a través del perdón y la culpa religiosa, que hacernos cargos de nosotros mismos, hacernos responsables por nuestras acciones. En definitiva, la preponderancia del “conócete a ti mismo” sobre la “inquietud de sí” puede pensarse también como la primacía de la esencia sobre la existencia, de la seguridad sobre la incertidumbre. No por algo el oráculo estaba dedicado a Apolo y no a Dionisio.

Pero volviendo a las hipótesis de Foucault, plantea una razón mucho más profunda para que el “ocúpate de ti mismo” se haya borrado y el “conócete” se haya erigido como estandarte para occidente. Esta razón obedece al problema de la verdad y se sitúa en lo que nuestro filósofo llama “el momento cartesiano”: Descartes situó el punto de partida en la evidencia del cogito, esto es, en aquella célebre frase de “cogito ergo sum”, pienso, luego existo, con lo cual Descartes se refiere al autoconocimiento. Con la indubitabilidad de mi existencia como sujeto, el “conócete a ti mismo” se vuelve el acceso fundamental a la verdad. Sólo puedo conocer las cosas en la medida en que me conozco a mí mismo. Pero esto ya supone demasiadas cosas: en primer lugar que hay algo que puede ser llamado verdad, o que haya una verdad; por otro que yo soy siempre el mismo, puesto que si cambiase todo el tiempo ¿cómo podría conocerme?

Si atendemos a “la inquietud de sí mismo”, por su parte, parecería diferir, en un principio y con la posterior interpretación, del “conócete a ti mismo”, puesto que aquella implica no sólo un volverse sobre sí mismo, ya que se trata de prestar atención a lo que se piensa y lo que sucede en el pensamiento, sino una serie de prácticas sobre sí, acciones que uno ejerce sobre sí mismo, a través de las cuales uno se hace cargo de sí, experiencias que implican una transformación, una modificación, una transfiguración.

Ya no se trataría sólo de un sujeto noético, sino de un sujeto empírico, en tanto se transforma a través de la experiencia. Esto implica entonces para Foucault, no tanto un creciente conocerse, “encontrarse a uno mismo”, un “reconocerse”, sino más bien perderse, distanciarse de lo que se piensa hasta ese momento, hacer el ejercicio de criticar o cuestionar el propio pensamiento para saber hasta dónde se puede pensar distinto de cómo se piensa. Este es el trabajo de la filosofía, criticar para transformar: las conciencias, los sistemas, las relaciones de poder.

Parecería decir: des-encontrarnos. Pedernos. Des-sujetarnos. A partir del encuentro con los otros, con lo otro. En el diálogo, en el cruce de fuerzas, en un “entre” nosotros y las cosas que no quede definido por la relación sujeto-objeto. O sujeto-verdad.


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