ni tampoco travesaños de pensamiento,
ni relativización o absolutos
que puedan retenernos de los brazos.
colonizarlo con nuestros abandonos
como si fuera un despojado territorio o una nueva libertad nunca ejercida.
Y cultivar adentro sus fragmentos flotantes,
que se entreveran con las cosas
para enseñarles a no ser.
Y casi sin saberlo,
llegar a amar el vacío.
Aquello que se ama nos sostiene,
aunque también nos empuje hacia el abismo.
no puede abandonarnos.
Y a un vacío que no se lo ama
no es posible ni siquiera saltar.