Tan ensimismadxs en los trazos que dejamos en las conversaciones, en nuestras escrituras, incluso en los restos de algo como una escritura de sí en tiempos de redes, nos olvidamos con frecuencia de los trazos invisibles que realizan nuestros cuerpos. Los que tienen un camino, una estancia, una velocidad. Los que diseñamos a veces todavía medio dormidxs, y otras veces -tan ensimismadxs - que no podemos recordar por dónde pasamos, para llegar a un destino. El destino pareciera ser siempre lo que más nos importa. Y lo que decimos en torno. Mientras, se nos escapa la experiencia única de los encuentros que nos sacan de lo previsto, los recorridos, los trances y los tránsitos. Lo que vamos dibujando con el cuerpo en un mapa -que tal vez se termine asemejando a una telaraña, a una constelación, o a la foto precisa de los astros y las fuerzas del día en que nacimos-.
(A propósito de Giorgio Agamben, sobre el ejercicio instructivo que es "marcar en el mapa de la ciudad en la cual hemos vivido los itinerarios de nuestros movimientos, que revelan ser tenaz y casi obsesivamente constante. Es en la traza de eso en lo que hemos perdido nuestra vida donde acaso sea posible reencontrar nuestra forma-de-vida").
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