Uno de los mejores legados que Foucault toma de Nietzsche -desde mi punto de vista, aunque hay quienes sostengan lo contrario-, es haber comprendido lo que yo llamo una "física del poder" en él. Le permitió formular cosas como las que hemos leído en Vigilar y castigar, cuando decía que la disciplina aumenta las fuerzas del cuerpo en términos de utilidad económica, y las disminuye en términos de obediencia política. No otra cosa que como Deleuze explicó también el devenir reactivo de las fuerzas en Nietzsche, diciendo que se trata de separar a las fuerzas de lo que las fuerzas pueden.
Es ese postulado el que hace que en el cuento de Melville, "Bartleby, el escribiente", la frase "I would prefer not to" sea tan contundente. Pues frente a un poder que busca separar nuestra potencia de lo que nuestra potencia puede, no hacer es un modo de resistir o de resistirse. Puesto que ya no se trata de cómo el poder -o todo aquello que resta nuestra potencia, nuestra potencia de vida- nos vuelve impotentes. Sino, como lo muestra Agamben, hay que reconocer cómo hay otra operación del poder que es engañosa, puesto que trabaja no sobre lo que se puede hacer, sino sobre lo que no podemos hacer, es decir, sobre nuestra impotencia. Y el peligro es mayor: separado de su impotencia, o privados de la experiencia de lo que se puede no hacer, se corre el riesgo de creer que podemos hacer todo, que somos capaces de todo. Algo de lo que podemos testimoniar con nuestras propias biografías quienes vivimos entre estos dos siglos, veinte y veintuno -alojados en la morada del capital y el neoliberalismo-, con lo que respondemos todos los días: "Sí". "No hay problema". "Podemos hacerlo".
Entonces, en fin, para quienes andamos pensando las resistencias, y en tantos casos despotricamos contra los poderes que nos vuelven impotentes, caminemos con cuidado sobre esa cuerda que nos vuelve equilibristas. Pues impotencia no es solamente el "no poder hacer", sino también el "poder no hacer". En tal caso, y no en el primero, todavía podemos resistir.
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