Puedo ser quien entró a hurtadillas sin que te dieras cuenta. Te habrás sentido profanado en algún momento. Tal vez te robaba cosas insignificantes: las comisuras de tu boca. Una línea en el cuello. Tus manos delicadas. Tal vez alguna palabra que no era tan importante como tu voz. Tal vez mi nombre en tu boca. Tu aura cuando te tocaba sin tocarte. Vos no te dabas cuenta. Quizás sí en un momento, tarde, te sentiste profanado. En la integridad de tu soledad. En lo profundo de tu pensamiento. En la piel celosa de la mía. En tu propia palabra, que sin saber por qué, me decía.
Habías sido un mausoleo de tu conciencia. Una momia de tu cuerpo. Una chispa encerrada que no encendía el fuego.
Parecías flotando, liviano. Pero en realidad andabas arrastrando un cuerpo. Andabas cargando con un pensamiento. Se te habían impuesto todas las instituciones, la familia, la escuela, pero primero el lenguaje. Y soportabas también las palabras. Las que no estabas listo para decir.
Cuando te diste cuenta era tarde. Ya te había robado. Había sido lenta, calculadora. Había concentrado toda la fuerza de la vida. Había bajado a buscarte. No me iba sin vos. No me iba. Te hechicé, no sé si te iluminé. Tal vez te enceguecí. Te adormilé. No sé qué cosas te hice.
Entonces no sé quién tuvo a quién. Entonces no sé quién robó a quién. Creo que yo ampoco pude darme cuenta. Tampoco pude saberlo. Supe sí, que bajaba a buscarte a costa de cualquier cosa. No me importaba más que lograrte. Creo que fue mi único robo, lo demás me ha costado –me cuesta- tanto conseguirlo. A cualquier costo. ¡A costo de mí misma!
Entonces, empecé a vivir en la tierra, a caminar, el lugar de flotar. Pero también a brillar, porque hasta allí no había sabido cómo hacerlo. Quizás necesitaba brillar para alguien. Quizás vos necesitabas alguien para volar.
Así fue lo que fue, hasta que ya no fue.
Y ahora estamos donde el piso se nos termina.
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